Cristóbal genera expectativas, está de moda y fracasa. Briceño insulta, es contradictorio y tiene el corazón roto. Un panegírico que no mata, sobre la voz de Ases Falsos.
Briceño genera expectativas. Son las 9 y media en el Teatro de la Chile y cualquier observador bien afinado podría distinguir entre la multitud, de vez en cuando, el paso apurado de pequeñas escuadras juveniles. Caminan ansiosas y no es para menos: van a reencontrarse con las canciones que vienen desde hace un tiempo haciéndose espacio en sus biografías. Quizás no es tanto, pero han sido días intensos.
Briceño está de moda. Ya el jueves escaseaban las entradas, pero dentro del club el lleno total confirma lo evidente. Una hora antes del inicio, la galería muestra una falsa quietud, como avergonzada por desear tanto a alguien. Ahí están, fieles, los cientos que adornan las redes sociales con su canción de amor más reciente, los mismos que viajan perdidos escuchándola en sus celulares, pegados al vidrio de la micro que los lleva temprano a la universidad.
Briceño fracasa. Suena poco en la radio y cuando lo hace, nunca es después de Juan Gabriel, Madonna o Chayanne, como le gustaría. Sabe dónde quiere llegar y no puede. Se da cuenta de que los audífonos de tres lucas lo ignoran. No asume como una casualidad que la siguiente tocata sea en Gómez Millas y no en República. Le gustaría que todo esto fuera un por mientras no más.
Briceño no tiene culpa. Por eso toca suelto, con la conciencia tranquila. Aunque a veces parece en un rito, como quién termina apurado un padre nuestro, aguantando la canción, sabe que al final el problema no es suyo. Vivimos en un país de mierda y puta, qué le vamos a hacer. Sigue componiendo con arrogancia, creyéndose el descubridor de un camino del que no se puede desviar porque ese camino es el único que existe.
Briceño insulta. Va a los conciertos a boxear. Su polerita verde con cuello, poco pretensiosa, desafía al estricto sentido de la moda dominante, el mismo que en las galerías lo mira de frente, sin lograr permear el escenario. Disfruta estar de pie, arriba, golpeando los cuidados rostros de una juventud que se rinde a sus pies luego de cada canción y que le ofrece aplausos cerrados, que el hombre recibe con seguridad. El oficio le ha entregado serenidad y lo demuestra esta noche. Ya no necesita moverse tanto para golpear al mentón. Parece cómodo siendo protagonista de este esquizofrénico round.
Briceño es contradictorio. “Fuerza especial” desata una euforia. La loca al lado mío corre adelante sin importarle que su amiga no haya aceptado la invitación. Una horda entusiasta salta feliz cantando la historia de una persona cuyo trabajo es pegarle a ellos mismos. Es una canción que retrata bien nuestros tiempos, todavía tan poco resueltos. Porque han puteado a Bachelet con ganas, pero la palabra socialismo la miran con recelo y no les para los pelos. Briceño tampoco tiene problemas con eso. Sigue tocando, imperturbable.
Briceño tiene el corazón roto. El público también. Por eso se siente una exhalación cuando suena el primer acorde de “Información sentimental”. Es su telecaster la que se hace dueña del solo, pidiendo la pelota para ponerse al frente del tiro libre. Le gusta encarar cuando de amor se trata, y por eso las luces caen sobre él al tocar una guitarreada “Simetría”.
Briceño madura. Recurre a los Fother Muckers, su asesinada y antigua banda, en reiteradas ocasiones, y la gente lo agradece. El gesto no es solo para complacer a otros: es él mismo quien mira con orgullo esa nostálgica parte suya. Ahora la odia menos que antes, y puede volver a ella sin sentir que hace una concesión.
Briceño cree en la suerte. Confía en que saldrá triunfante, aunque no tenga puta idea de cómo. Sabe que el destino está de su lado. O más bien, de los de su lado, de los que también viven jugando. Mientras el coro dice «será que es diferente ser dueño de uno mismo», él mira desquiciado hacia el techo, haciendo girar sus índices al frente de la sien, como si el caos fuera lo mejor que le ha pasado. Es supersticioso e infantil, incluso alguien podría decir pedante, porque nadie necesita la razón cuando sabe que la tiene.
Pero lo que también tiene Briceño es mala suerte. Desde Álvaro Henríquez no hubo un cantante más chileno que él. Es el hijo de su padre, es el último cantor popular. Odia los eufemismos, la pusilanimidad, la hipocresía: todos atributos necesarios para sacar carnet de buen ciudadano en este país. Es el líder espiritual de una generación que no quiere reconocerse y que vive solo mezquinas utopías.
No llores tanto, Briceño. Había que hacerla.