Dancing situation

por · Noviembre de 2012

Dancing situation

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Van a ser las nueve de la noche en el Teatro Mori, en la calle Constitución de Providencia, el lado de Bellavista con las cervezas sin agua y al triple de precio en relación con la vecina Recoleta. Los que van a tocar son Pánico, que podríamos definir como la gran banda alternativa del rock chileno, que continúa trabajando bajo ese rótulo confuso, sin que eso —18 años después del comienzo de todo— suene triste o necesariamente a derrota. Pánico, que cada cierto tiempo regresa a Chile por una breve temporada, con pequeños conciertos a cuentagotas, puede que toque ahora temas de su nuevo disco, Resonancia, como en la feria Pulsar (ahí colgaron una guitarra -dice alguien en el montón), o que se vuelque a sus primeros trabajos, como en el festival Maquinaria, o hasta a la cumbia electrónica del Telepathic sonora, el disco que los llevó a dormir en París.

Pánico, lo intuimos, es un estado de ánimo para un buen número de gente y ha atravesado —y sobrevivido— casi dos décadas como un símbolo explosivo y bizarro, como una voz generacional, entre drogada y juguetona; con la potencia de un rocanrol que frota la sicodelia, el wildstyle y el mambo de máquinas. Todo eso, lo sabemos, es el ruido de tocatas alocadas alrededor de Santiago, mucho antes de los buenos momentos con Quemasucabeza y Algo records, mucho antes de ViaX pasando videos chilenos y mientras la Rock and pop tocaba a Lucybell, Los Tres y los Santos Dumont. Pánico era algo distinto, algo difícil de unir al montón, como Christianes, algo perdido en un tiempo difuso, como sus discos noventeros de surf rock, como las rayas de casetes que se llevó el camión basurero en cajas extraviadas de la adolescencia o que se quedaron para siempre en el equipo de música de alguna chica que no veremos nunca más.

Nadie sabe qué va a pasar a continuación. Directores de medios y de agencias de publicidad se apuran para quedar en una buena ubicación, rodeados de zapatos con punta, tacos y modelos que se saludan con las garzonas; gente bonita que está siempre ahí pero que nadie sabe qué hace. “Illumination”, “Bright lights”. El bajo Rickenbacker de Caroline Chaspoul sostiene un noise que invita a bailar y el programa Sesiones Zero, de la radio que lleva el mismo nombre, toma consistencia con su plato fuerte. “Qué pasa, wey!”, “Transpíralo”. Sebastián Arce hace invisibles sus brazos apuntando al hit-hat, mientras Guillermo Dumay quiebra todo ese pulso del bajo y la batería con los verdaderos rayos que suenan desde su guitarra Duesenberg. “Guadalupe”, “I wanna be your needle”. Esta noche, además, hay otra chica en escena. La conocimos en el bajo de Guiso; es Bernardita Martínez y ahora golpea dos platos crash con sus nudillos y canta las segundas voces desde un costado. “Playa”, “Waka chiki”. Eduardo Henríquez, que es la voz registrada de Pánico, tiene la camisa calcada al cuerpo, sudada por efecto del calor de una noche que se guardó los treinta y tantos de la tarde, y da la espalda a todos y después tira el micrófono y ahora bate una maraca al ritmo de la batería y para y después le pone eco a su micrófono y dispara una frase que suena con ese inglés chicano que hace que lo tropical se pueda cabecear como si fuera rock.

Hay una historia de Pánico que es chilena y hay otra historia que es europea. «Sabemos que Pornostar (1995) siempre va a ser el disco más importante de la banda en Chile y está bien. En Europa, el disco más importante hasta el momento es Subliminal kill (2005)» nos dijo alguna vez Edi Pistolas, en una entrevista con este mismo sitio, en tiempos de Kick (2010). Esta noche Pánico juega con eso. Se mueven cómodos entre ese disco y el Subliminall kill (2005), porque, ya lo sabemos, estamos en un programa de radio que transmite para todo Chile, pero también guardan un espacio para la tripleta Pornostar (1995), Canciones para aprender a cantar (1997) y Rayo al ojo (1998), como pensando en esos adolescentes perdidos de los 90’s que musicalizaban sus fiestas con canciones que hablaban de viajes en ácido y sonidos alegres y distintos, sobre todo raros, cuando la palabra bizarro era solo un personaje de historietas, con letras sobre chicos que querían ser atractivos para las chicas, chicos y chicas pánico que soñaban con olas gigantes, explosiones de la mente y experiencias con anfetaminas hasta ver en cámara lenta.

“Las cosas van más lento”, “Viaje al centro de la mente”. No importa que nunca toquen nada del repertorio Telepathic sonora (2001), que sus integrantes ya bordeen los cuarenta. Edi Pistolas se sacude como un enfermo de parkinson en Vicodín: de una u otra forma te contagia el ritmo de Carolina Tres Estrellas y Tatán Cavernícola, con esos movimientos eléctricos, porque, a pesar de ser un programa de radio con público, la banda, el cuarteto base que completa Memo, se sacude como un solo organismo alterado por la misma droga. Así cierran esta fiesta-en-butacas con “Reverberation mambo”.

La canción, el concierto, la noche, se funde con el eco de una sola palabra repetida hasta el cansancio: pánico /pánico /pánico /pánico/ pánico/ pánico…

Dancing situation

Sobre el autor:

Alejandro Jofré (@rebobinars) es periodista y editor de paniko.cl.

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