El hastío de Guarello

por · Septiembre de 2014

Conversamos con el comentarista sobre su primera novela, la historia reciente de la narrativa nacional, el Mundial, la abulia de la juventud y la decadencia del periodismo deportivo.

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Suena a juego de palabras, pero Juan Cristóbal Guarello (45) proyecta comodidad desde su rol de incómodo. Siempre inconforme y permanentemente hastiado, el periodista deportivo nada en su salsa cuando se trata de cuestionarlo todo, de oler la podredumbre que despiden los entornos que lo rodean: el fútbol —«no es tan importante»—, los medios —«va a llegar el momento en que va a cagar todo esto»—, y ahora la literatura. Hace menos de dos meses publicó Gente mala, su primera novela, una ficción basada en el Caso Anfruns, ocurrido en 1979. Un libro que tiene más de una pretensión: «traté de romper un poco con ciertas convenciones de la literatura chilena».

Pegado a su Samsung Galaxy, recibiendo mensajes de su editor en Ediciones B —«Justo me está mandando Pato Jara: “esta semana entramos al Jumbo y debemos tener preparada la segunda edición”. Chucha, me van a vender en Cencosud. No es malo»— conversamos con Guarello sobre las intenciones de Gente mala, la historia reciente de la narrativa nacional, el Mundial de Brasil, la abulia de la juventud y la decadencia del periodismo deportivo.

—Con el resultado final, con el tiempo que ha pasado desde la publicación de Gente mala, ¿cómo te sientes? ¿Satisfecho?

—Yo creo que, entre la gente que la leyó, en el lector común, ha tenido buena recepción. En la crítica yo creo que causó cierta sorpresa. No esperaban eso. Si tú lees las críticas hay perplejidad, como que claramente no era lo que esperaban. Entonces no saben si encontrarla buena o mala.

—¿Tú crees que esperaban qué cosa?

—Yo creo que fundamentalmente, con el prejuicio de venir del periodismo deportivo, esperaban un bodrio. Y no fue así. Entonces quedaron un poco descolocados. Esa es la palabra.

—¿Estaban con la piedra en la mano?

—Claro, estaban con la lanza en la mano. Y no pudo ser. No fue lo que ellos suponían, no fue el bodrio que esperaba el mundo de la literatura. Igual, por mi propia exposición, yo no le tengo miedo a la crítica. Al contrario de la mayoría de la gente, yo he recibido críticas públicas feroces. Feroces. Agraviantes, con insultos, con amenazas. Entonces para mí una crítica literaria, una mala palabra, no me provoca nada, no me dice nada, no me abolla nada. Es absolutamente irrelevante. Puedo sobrevivir. Y creo que, de todas maneras, incluso en el ambiente más exigente, hay gente que más o menos entendió de qué se trataba el libro. Hay otros que no. Porque es un libro que no es para delicados: esta es literatura no delicada.

—En el libro los garabatos abundan y suenan naturales, fluyen bastante bien. ¿Te costó mucho lograrlo?

—Traté de ser lo más honesto posible con el lenguaje, porque el lenguaje es un tema. Traté de no escribir en literario. Fíjate que estaba leyendo una novela de una persona que conozco, y en la segunda parte decía «pero qué diablos». El que decía esto, el protagonista, era un joven chileno de los noventa. ¿Pero quién dice «qué diablos»? ¡No existe! Ni siquiera en México dicen eso. ¡Nadie dice «qué diablos»! Es una convención de doblaje cinematográfico para usar un término neutro que se pueda entender en toda América Latina. Pero nadie dice diablos, ni siquiera los mexicanos, que es de donde vienen los doblajes. Por eso traté de que los hueones dijeran qué chucha, pero sabiendo en qué año era el asunto del que estaba escribiendo.

—¿Qué es lo que te deja más conforme de la novela?

—Que traté de romper un poco con ciertas convenciones de la literatura chilena. Cambié el eje: en vez de hacer una novela reflexiva, esta es una activa. La reflexión viene por la acción, y no al revés. Si bien tiene atmósferas, esta no es una novela de atmósferas. Hay mucha literatura en Chile al interior de la casa, llena de sutilezas, porque eso está muy bien visto. Viste bien hacer una novela reflexiva, sicológica, de una intimidad donde todo el conflicto apenas es sugerido, en la que sólo un lector inteligente es capaz de desentrañar y ver lo que nadie ve. Yo, en cambio, decidí ser explícito. Aquí los hueones se sacan la chucha, se vuelan la cabeza a balazos, se violan a las minas, se agarran a garabatos, se curan, van a los topless, se corren la paja, eyaculan arriba de las revistas. Esa es la hueá. Ese es el mundo de estos hueones.

—En otras entrevistas, hablaste que una fuerte influencia al escribir Gente Mala fue la literatura norteamericana de las últimas tres décadas.

—Es que al final uno responde a las lecturas que tiene. Si bien he leído a casi todos los novelistas chilenos contemporáneos, y muchos argentinos, muchos italianos, muchos franceses y muchos ingleses, el ritmo, la pulsión que a mí me cae mejor es la estadounidense. Al final fue ese modelo el que traté de ocupar. No es que yo me esté irguiendo como escritor ni nada, pero la mayoría de los escritores nunca explican sus influencias, o cuando las explican tratan de que sean más cultas de lo que son. Los tipos no bajan de Joyce, cachai. No, yo estoy muy influido por Joyce y por Leautreamont, y empiezan a hablar, ojalá, de escritores bien oscuros y complejos, y sólo en francés. Tratan de vestirse bien, a ver si sus palabras replican eso. Pero yo no. Yo, hueón, reconozco que leí a Auster, a Ford, a Roth, a Ellroy. A Tomás Eloy Martínez. No tengo problemas en admitir eso.

—¿Qué te parece el ambiente literario actual? ¿Es una zona a la que te gustaría entrar?

—Yo tengo amigos escritores, conozco el paño. Creo que en la narrativa hay un buen momento: hay muchas voces, muchas texturas. Está funcionando y va bien. Creo que se superó a una generación, la de Gonzalo Contreras, Carlos Franz, el mismo Collyer, Ampuero; los que quedaron medios atrapados por el boom. Y hay otro lote, que es el de la Zona de Contacto y que, salvo Fuguet, se quedaron ahí. Un lote muy autocomplaciente, porque la gente de la Zona dijo nosotros somos la nueva narrativa chilena, nosotros venimos a revolucionar esto. ¡Y no, po! No eran: no había sustancia ahí, no había nada. De hecho, murieron todos en el camino. Rodríguez Matte, Gómez: todos esos hueones están muertos literariamente. No fueron capaces de superar los cuentitos de cuico jalao. Se quedaron en el cuico jalao, en la caricatura, en la teleserie Adrenalina. Se quedaron entrampados en ese barro. Un barro que no decía nada, porque ni siquiera lo dijeron ni se aproximaron a eso de una manera honesta. Así que pese a toda la publicidad que tuvo, y a todo el aparataje de El Mercurio atrás, finalmente se cayó a pedazos.

—¿Y después?

—Luego viene un grupo de gente, nacida a partir del 75 o qué sé yo, que logró sacarse toda esta hueá y empezó a escribir a su propia manera, pero con algo interesante: a diferencia del grupo de la Zona, ellos no repudiaban a García Márquez, no repudiaban a Cortázar, no tenían esa hueá impostada de decir no, yo odio al boom latinoamericano, yo sigo a escritores ocultos, soy un hueón urbano, con esa cosa media falsa, ese falsete literario que trataron de adquirir. De esta nueva generación salió Bisama, Jara, todos los que hay ahora, que son muchos más libres. No están tan amarrados a una onda. Además, el no estar amarrado a El Mercurio es una gran cosa.

—¿Por qué?

—Porque que tu origen sea la Zona de Contacto, y por lo tanto El Mercurio, significa que estai amarrado a lo más reaccionario de Chile. Estai amarrado, no podís ser libre. No podís escribir la novela que escribí yo, cachai, no podís escupir sobre su tumba.

—¿Y cuando escribías en El Mercurio no tenías ese conflicto?

—Lo que pasa es que yo escribí columnas un tiempo, pero no. Y en ese tiempo yo escribía libros de fútbol, así que nah…

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«Un empate con Brasil no es épico. Dejemos de mentirnos»

—Siempre has sido muy crítico con el fenómeno de las barras, sobre todo cuando suceden hechos como la muerte de un hincha o desmanes en un estadio. ¿Pero no te parece que eso tiene que ver con una falta de inclusión social que supera al fútbol, de gente que se quiere sentir parte de algo?

—Es que eso no solamente se remite al fútbol ni a las clases populares. La cuestión de la barra es transversal, y tiene a muchos jóvenes que creen que el fútbol es la hinchada. Que andan pegándose en el pecho, hablando de corazón, de sentimiento, de aguante. ¡Qué es eso, hueón! ¿Ir a ver al equipo el domingo es tener aguante? Tener aguante, hueón, es trabajar en un pique de carbón, ¡eso es tener aguante! Tener aguante es salir a pescar a las seis de la mañana y estar en la lancha doce horas consecutivas. Eso es tener aguante. No ir al estadio cuando hace frío. ¡Ah, qué aguante! Y voy todos los domingos, una vez a la semana. ¡Uh, qué aguante! No po, aguante es otra cosa. Pero eso también es por la necesidad de darle un relato a tu propia vida, un relato épico, una sobre dimensión espectacular, tener algo que contar.

—Quizá es porque hay una falta de relato general en la sociedad.

—Claro, porque en verdad, cuando uno es partícipe de un momento histórico, no lo es conscientemente. Uno es partícipe de su historia, pero cuando la evolución social queda estancada, tenís que darle un contenido a tu vida. Si tu vida es playstation, carrete y universidad fácil, hay que darle algo a eso. No vai a decir no, yo carretié de martes a sábado, me tomé unas chelas, salí con unas minas y bueno, fui a clases un rato y me jugué una pichanga. ¿Cómo te vai a lucir contando eso, a ver?

—Un amigo me decía que a estas últimas generaciones nos falta una guerra que pelear.

—Con las marchas estudiantiles del 2011 hubo un viraje interesante: acuérdate que hace pocos años se creía que la juventud chilena era Yingo. Que esa era su aspiración. Resultó que no: por lo menos hubo una capacidad de salir a la calle y de romper la tendencia. Pero veo que todavía hay un lote muy grande que está preocupado de puro carretear, hueón. ¡Claro, porque ahora podís carretear todo el día! Los cabros chicos están mucho más protegidos, hacen lo que quieren, los padres se sienten culpables si no les dan todo. La otra vez pensaba en la siguiente imagen: ese zorrón, que está ahí curao en la barra del Amanda, va a ser tu jefe. ¿Qué pensai? Ese zorrón enfermo de flojo, que lleva diez años estudiando la misma carrera, que piscolea de martes a domingo, va a ser tu jefe. ¡Claro!

—A lo mejor es sólo una impresión mía, pero últimamente te he notado algo cansado del ambiente futbolístico. Al menos así se notó en el Mundial y así se nota en la radio.

—Es que hay algo que me cansa, y lo dijo Sanhueza a propósito del escandaloso Premio Nacional a Antonio Skármeta, y es que en el periodismo deportivo hay mucha hojarasca. Establecimos una cosa: lo más importante no es el hecho sino la expectativa. La gente no disfrutaba el partido, sólo estaba preocupada de si Chile iba a ser campeón mundial. No lo que estaba haciendo sino dónde iba a llegar. Por algo los hueones sólo piensan en el palo de Pinilla. No en el partido ni en los otros partidos ni en el disfrute de mirarlo, sino en lo que pudo haber sido. Y luego esto pintado con una serie de cosas, como por ejemplo esta compulsión de gritar el himno. ¿Cachai que ahora ya no se canta sino que se grita el himno? Y el que más lo grita es el que tiene la razón. Hay una especie de idiotez generalizada, una exaltación ridícula de los símbolos patrios, y una deconstrucción mental de todo, un vaciamiento de contenidos. Nos estamos quedando con la pura cáscara.

—¿Tú crees que viene desde la gente hacia los medios o de los medios a la gente?

—Hay intereses cruzados. La gente tiene esa necesidad de reconocimiento, y los medios lo toman y lo aprovechan. No les gusta ir a contramano del mercado. Cuando tú ponís una crítica y decís sabís qué, esto es tonto, esto nos hace mal, no tiene sentido, inmediatamente te dicen chaquetero, antichileno, antipatriota. Cuando tú decís cuidado, esta no es la mejor generación de toda la historia, y tenís cien razones para decirlo, te dicen antipatriota, o que querís que Chile pierda. Es tanta la necesidad de transformar a la Selección en una especie de cumplidora de sueños, que no está para jugar fútbol, ni para ganar o perder, sino para cumplir sueños. ¡Es tan extraño!

—¿No sientes una culpabilidad de parte de los medios y de los auspiciadores en todo eso?

—Sí. Por ejemplo, esto de transformar a los jugadores en una especie de héroes, con toda la cultura mítica de la película 300. Ahora todo los estadios son míticos y todos los partidos son épicos. Cualquier hueá es épica. ¿Qué tiene de épico? ¡Épica, hueón, es la batalla de Trafalgar! Pero un empate con Brasil no es épico. Perdiste. Dejemos de mentirnos.

—Además, hay una competencia entre los relatores por ver quién logra transformar los partidos en exagerados momentos históricos.

—Claro. Lo que pasa es que hay una necesidad muy grande de darle un relato a tu vida, de ser partícipe de la historia. Evidentemente, los medios son un reflejo de esto. Al final, son puras tonterías. Ahora se aplaude al relator emocional: mientras más emocional, mejor. No sé si cachaste lo que le pasó a Pablo Giralt (DirecTV), este relator argentino que se pone a llorar. ¡Cómo te ponís a llorar, hueón, por ganar una mierda de definición a penales! ¡Te ponís a llorar! Imagínate que Víctor Hugo Morales, en el gol de Maradona a los ingleses, en vez de relatarlo se pone a llorar. Y hay gente que le aplaude su llanto, hueón. Qué bueno, porque él siente la hueá en el corazón, dicen. Entonces no trabajemos ni analicemos nada, y lloremos nomás. Lloremos. Dediquémonos a llorar. Hagamos del relato y la narración del partido un lloriqueo y un griterío. Da lo mismo la precisión, da lo mismo la exactitud, da lo mismo la honestidad: lo importante es que seai emocional.

—¿Cómo tú, estando adentro, en la tele, en la radio, en la revista, crees que se puede cambiar o pelear contra esto?

—No, yo trato de poner un poco de razonamiento. Nada más.

—No tienes una intención de modificarlo.

—No, no hay nada que hacer.

«El fútbol no es tan importante»

—¿En qué estado te parece que está ahora el periodismo deportivo en Chile?

—Yo creo que hay un problema grave en este momento, y tiene que ver con las restricciones. Primero, estai dominado por un discurso absolutista: el técnico ratón, el técnico ofensivo, atacar o no atacar. La discusión futbolística se simplificó a niveles absolutos. Como si no tuvieran que ver las individualidades que tenís, tu realidad como equipo, una serie de cosas. No, eso ya no existe: lo importante es que él va al frente, que es un técnico que propone o que no propone. Eso es todo. Y luego, tenís la restricción de que el jugador cada vez habla menos: le tiene miedo a hablar, no se puede expresar. Así se empobrece el ejercicio periodístico, ya que no hay nada que contar. Imagínate que hace poco el tema era Gustavo Canales, y sale a hablar Enzo Gutiérrez. No, es que la U dice que sólo hablan dos jugadores por día. ¿Por qué, además, una institución te anda determinando a ti, mayor de edad, más de treinta años, qué día podís hablar? Es completamente fascista. Es un control, hueón, orwelliano de la realidad. Son dueños de las imágenes, dueños de la verdad. Un hueón, Jorge Claro, dice lo que hay que hablar y lo que no hay que hablar en el fútbol chileno ¿Quién es ese hueón? ¿Quién le dio esa potestad? ¡Ni siquiera es dueño de la cuestión! Al tipo capaz que nunca le gustó el fútbol. Un tipo que llegó al fútbol desde la rama de bridge de la Católica. Eso era. De la rama de bridge de la Católica. Absolutamente ridículo.

—¿Crees que este escenario limita mucho las posibilidades, a pesar de que ahora pareciese que hubieran más espacios para el periodismo deportivo?

—Hay una manipulación ahí tremenda. Hay un empobrecimiento y hay un control de la verdad. Además con un eslogan falso: esto es por el bien del equipo, para que gane. Y los hueones pierden igual. Es un silencio que se establece, sobre todo, en la Selección. No, es que los jugadores no hablan, porque si hablan pierden. Ese miedo a que se filtren cosas. ¿Qué se va a filtrar, hueón? Qué: ¿creís que los rivales no saben cómo juega Chile? ¿Que no saben que en Chile la defensa no cabecea? Por algo nos hicieron tres goles por arriba en el Mundial. Entonces: qué estai escondiendo, ¿a ver? Qué tanto secreto. Hay una mentira ahí, una falsedad total, y una sobre dimensión. ¡Si el fútbol no es tan importante! Le han dado una importancia que no corresponde, que no corresponde. Le han dado una dimensión trágica y sobredimensionada que no corresponde. Manipulada. Falsa.

—¿Qué tono te parece a ti el ideal para establecer una discusión futbolística?

—Desdramatizar, desdramatizar. Vai al partido, lo veís, y te vai. Y listo. ¡Listo! Pero esa cosa que termina como terminó el domingo en el Nacional (Barnechea vs Colo Colo): ¿qué es eso? O que el jefe de la barra de la U termine cocido a balazos. ¿Qué es eso, hueón? ¿De qué estamos hablando? ¿Cómo defender eso? ¿Cómo decir: no, es que lo que pasa es que el gallo quería la camiseta? ¿Que como era de la U era un buen muchacho? Y los jugadores mandándole saludos y condolencias, que se van a encontrar en el cielo… ¡el tipo tenía un prontuario! Clonaba tarjetas, asaltos, narcotráfico. Increíble. E insisto: esta necesidad de control, de que nada se les escape, me tiene aburrido. Es lo que pasó con los periodistas del CDF po, hueón. Fue una nota completamente inocua, una nota nada, y los echaron. Es una mierda. Yo creo que esto va a hacer crisis. Va a llegar el momento en que va a cagar todo esto. Van a tratar de controlar tanto que se les va a dar vuelta el calcetín.

—¿La gente va a reaccionar?

—No, algo va a pasar. Algo va a pasar.

—A pesar del hastío, entonces, vas a seguir ahí. Me acuerdo de un video donde estabas haciendo un enlace desde Brasil junto a Constanza Santa María, hablando de la canción del Mundial…

—Ah, sí. ¡Puta pero es que qué me importa a mí Pitbull po, hueón! ¡No hueviemos más! ¡O quiénes son los jugadores más buenmozos! ¡Ya, paremos el hueveo! Yo no me trago ese sapo, hueón. No estoy pa esa hueá. Es un Mundial de fútbol, qué me interesa a mí Pitbull. Y más encima, hueón, llevan nuevamente a Shakira, y Shakira es tan ordinaria que sale con su cabro chico a cantar. ¡Como en una kermés! Te demuestra el nivel de la hueá. ¿Y qué negocio tiene Shakira con la Fifa, hueón, que ha salido en los últimos tres cierres de mundiales? ¡Qué me importa a mí esa mierda!

—¿Escribir este libro, entonces, no fue un escape a eso?

—No, no. Cuando lo escribí ni siquiera pude escribir columnas de fútbol. Me blanqueé completamente.

—Lo último: de este affair con Felipe Bianchi…

—Nah, ya dije lo que tenía que decir. Para bien o mal.

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Gente mala
Juan Cristóbal Guarello
Ediciones B, 2014
216 p. — Ref. $14.000

El hastío de Guarello

Sobre el autor:

Cristóbal Bley es periodista y editor de paniko.cl.

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