¿Es Jorge González un clásico?

por · Noviembre de 2012

¿Es Jorge González un clásico?

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La imagen de Los Prisioneros se volvió kitsch, pero la de su líder todavía no. ¿Por qué el músico vivo más importante del país sigue vigente; por qué hay cada vez más fanáticos de Jorge González y, quizás más intrigante aún, por qué la mayoría recuerda a su antigua banda con el disco Corazones y no con el seminal La voz de los 80?

// Por: Paulina Padilla • Foto: Felipe Ojeda.

Me pagan por rebelde/ por cuestionarlo todo/ me pongo la chaqueta de cuero y digo las cosas a mi modo.
Jorge González — Me pagan por rebelde.

¡Gracias, Jorge! ¡gracias, maestro! -gritan unos cuantos fanáticos de no más de veinte años. Los gritos van dirigidos al escenario donde acaba de subir Jorge González para comenzar a tocar en el festival Maquinaria. Al principio, son pocos los que esperan impacientes la llegada del músico. Pero apenas empieza a sonar esa particular guitarra de “La voz de los 80”, llega una estampida humana hasta la cancha de tierra. Parejas jóvenes, papás, hijos, lanas, hipsters y metaleros con poleras de Kiss; todos se reúnen para saltar y hacer breves trencitos. Nadie parece aburrirse tampoco cuando, en el segmento más íntimo del show, González se instala a tocar piano, dejando de lado el jaleo rockero. Todo lo contrario, desde abajo lo miran con admiración, le agradecen a gritos y poco les falta para prenderle velitas.

Es curioso que las generaciones más antiguas que vieron nacer artísticamente a Jorge González y a Los Prisioneros, lo estén viendo ahora y algunos digan cosas como «ese gallo sigue cantando las mismas canciones de siempre», «se quedó pegado» o, incluso, que todavía hostiguen con el cuento de que «es un resentido». Luis Ortega y Paulina Ulloa siguen a González desde que tenían 15 años. A partir de ahí ambos han podido distinguir las fases de la metamorfosis que ha sufrido el músico durante las últimas décadas y también el efecto que ha generado en el gran público. «Hasta el mismo Jorge lo ha dicho: en la mayoría de sus conciertos, ahora, los recintos los llenan jóvenes de quince a treinta años», dice Luis. Gente que bien podría ser sus propios hijos. «La ventaja de González es que siempre tiene algo que decir y no precisamente algo añejo, aunque lo pareciera», remata. Para Paulina, sin embargo, González ya no proyecta lo mismo que hace diez o más años. «Al no estar radicado en Chile de forma permanente, me parece que el papel de Jorge González como referente crítico de la sociedad se ha visto disminuido». Lo explica así: «desde el oscurantismo de la dictadura, fue ‘la voz de los 80’; desde la ilusión de una ‘alegría que viene’ fue ‘la voz de los 90’; sin embargo, la voz de hoy no puede estar contenida en una sola persona, hoy, la voz de estos tiempos, es la voz de una generación que lentamente ha aprendido a decir ¡basta!». Pero a pesar de que González se haya fugado a muchos sitios fuera de Chile, hay muchos seguidores que aún creen en su parada y en la consistencia de su discurso. «El tipo tiene una línea fresca y es bastante certero al dar opiniones. Y como el país sigue estancado, sus canciones van a seguir vigentes, eso, al menos, hasta que el país avance», dice Luis. Pero González también ha visto comentarios de gente desconcertada con la idea de verlo tocar por estos días en lugares como Bar Loreto o el Centro Cultural Amanda, en plena Vitacura, después de escribir canciones como “Por qué los ricos” o de haber hecho historia en el Estadio Víctor Jara. Emiliano Aguayo, periodista y autor de Maldito sudaca, conversaciones con Jorge González, la voz de los 80, ha seguido al músico desde joven y tras escribir su libro ha podido conocer más de la complejidad que ronda a González. «El Café del Cerro también era un lugar pequeño donde llegaba gente que no era del pueblo necesariamente a ver a Los Prisioneros. O sea, más de Providencia que de La Pintana», dice. Para Emiliano, no es una novedad que el público de González provenga de aquellos sectores que él más criticaba. En los 80, los llamados «intelectuales» eran los que más escuchaban la música de Los Prisioneros. «Hay grupos o músicos que andan haciendo el mismo disco siempre para asegurar la compañía de sus fans históricos. Eso creo que es algo alejado de la lógica de González».

Pero, si no se trata ya de una sutil contradicción más del artista, si la mayoría de los jóvenes ya no le recrimina su cambio de país/residencia, su corte de pelo a lo Morrissey, el disco de Los Updates, su paso del rock más crudo de los comienzos de Los Prisioneros a un disco de pop como Corazones (1990) o el experimento de Mi destino (1999), ¿qué atrae tanto de Jorge González hoy? Para Luis, el tema es simple. «En menos de diez años se ha dado un cambio de percepción ante una persona y sin ninguna campaña publicitaria de por medio. ¿Quién hizo esa pega? Su música y una prosa certera. Nada más». Sin embargo, para Emiliano Aguayo la influencia de los medios sí ha tenido un rol importante en la nueva percepción que existe de González. «Los medios han comenzado a apreciar lo que alguna vez escribí en Maldito Sudaca: (González) es nuestro tercer referente musical, además de Violeta y Víctor, sin que esté muerto. Y eso en Chile no había pasado nunca».

Exijo ser un héroe

Ya sabemos que cuando González conoció a Miguel Tapia y a Claudio Narea, en el Liceo Andrés Bello de San Miguel, solo tenía a su alcance los instrumentos básicos para crear una banda. Incluso, muchas veces tenían que tocar con guitarras prestadas o hechizas, en la época de Pseudopillos, Los Vinchukas y más tarde Los Prisioneros. Pero ahora sabemos que la curiosidad de González iba más allá de los platillos y los riffs. Los teclados y los sintetizadores eran los instrumentos que más llamaban su atención. Eran el sonido de la vanguardia de esa época, claro que su público no lo entendió así sino hasta mucho tiempo después. «No sé si es contradecirse hacer lo que a uno le gusta», dice Emiliano. «Jorge González no es como los que tocan para un partido, para un gobierno, para una bebida o para un tipo de fans. Creo que eso es más contradictorio». Si bien González logró su máxima exposición junto a Los Prisioneros, fue precisamente la solidez de este grupo la que «no lo dejaba» experimentar con otros sonidos. En los ‘90, el disco Corazones fue el primer desconcierto para sus fans. Y es que en él, Jorge ya no mostró su desencanto habitual ni el sonido rockero y crudo de La voz de los 80 o Pateando piedras; ahora, era el turno de una apatía por el amor, del pop de sintetizadores. A pesar de ese giro romanticón del músico, este álbum fue el más vendido de Los Prisioneros, sin Claudio Narea a esas alturas. Luego, con sus trabajos solistas —el homónimo, El futuro se fue, Mi destino: confesiones de una estrella de rock— y la poca recepción al regreso de Los Prisioneros con su disco homónimo (2003) y Manzana (2006), o la extravagancia del proyecto que formó con su ex señora, Loreto Otero, Los Updates, se pudo vislumbrar las verdaderas facetas y las preferencias de sonido que el músico tenía guardadas. «Creo que era justo y necesario que la banda Los Prisioneros se terminara», dice Luis. «González se fue desmarcando y se fue (desde los ‘90) a hacer otro tipo de música; cumbia, electrónica, krautrock, obras de teatro, etc. Si te fijas, no hay una imagen de ‘fiesta ochentas’ cuando se presenta Jorge González en algún país. El tipo se sabe renovar muy bien y dudo que se lo proponga, simplemente le debe salir natural. La imagen de Jorge González nunca se volvió kitsch, no así la de Los Prisioneros».

A pesar del reconocimiento, es difícil vislumbrar si hubo un solo momento en el que González se haya podido sentir cómodo, realizado o libre para crear, independiente de lo que cause en la gente, como buen provocador profesional. «Alguna vez dijo que su mejor disco era el Gonzalo Martínez y sus congas pensantes», dice Emiliano sobre el primer disco de cumbia electrónica que editó González en compañía del músico establecido en Alemania Martín Schopf. «Al final, según lo que yo he visto y conozco de Jorge, creo que Corazones le ha entregado más satisfacciones a medida que pasa el tiempo, cuando en realidad, tampoco fue un disco que la gente en ese momento esperaba de él». Precisamente, los trabajos menos aplaudidos de González, en su momento de salida, se han vuelto hoy su principal valor agregado: ser un adelantado. «Con Piñera, Chile va a durar dos años y va a quedar la cagá», dijo González en una entrevista para Vía X el año 2008. ¿Habrá acertado? «Yo creo que sigue siendo una piedra en el zapato para los sectores más conservadores de acá, pero creo que se le escucha con mayor atención porque lo que tanto alardeó desde años hasta ahora, se cumplió», dice Luis. Para Paulina Ulloa, Jorge González simplemente fue un visionario. «Fue capaz de identificar con bastante claridad a quienes son responsables de varios de los problemas sociales, culturales y económicos que se acarrean en el país desde hace décadas. Y con elocuencia, fue capaz de decir frente a sus rostros más de una verdad».

Parece que la clave del acercamiento de González con las nuevas generaciones hace sentido en la ausencia de prejuicio que los jóvenes tienen de su figura. «Lo ven como un músico más, no hacen ese ejercicio latero de compararlo con años anteriores», señala Emiliano Aguayo. Con casi treinta años de trayectoria musical, ¿González es un clásico? «Insisto: no han tenido que matarlo como a Jara ni se ha suicidado como Violeta, ni está en la ruina ni enfermo terminal para ser el tercer referente chileno en música popular», apunta Emiliano. «Si haces una encuesta, la gente recuerda fácil diez, veinte canciones de su pluma, mientras que de cualquier otro grande, la gente apenas recuerda cinco. Por concepción política, social y musical, González es el músico más importante desde los ’80 en Chile».

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Paulina Padilla

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