Es la educación, estúpido

por · Diciembre de 2012

El libro “Es la educación, estúpido (2012, Planeta) es un caleidoscopio político que convoca a jóvenes líderes en materia educacional para intentar responder a las preguntas sobre lucro, gratuidad y calidad de la educación chilena.

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«¡Calidad!» claman los estudiantes y afirman los políticos en sus reformas. «¡Ca-li-dad!» entonan los ciudadanos descontentos entre el tintineo de sus cacerolas. «¿Calidad?» se preguntan los profesores y directores que analizan angustiosamente los resultados del Simce. Mucho se ha debatido en torno a la educación en Chile y los distintos actores (estudiantes, ciudadanos, dirigentes, políticos, académicos) han intentado dar soluciones a cuestiones como el lucro, la gratuidad y la calidad de la educación.

El libro Es la educación, estúpido (2012, Planeta) es un caleidoscopio político que convoca a jóvenes líderes en materia educacional para intentar responder a estas interrogantes. De esta manera, el rol del Estado, la función de la familia, la importancia de los profesores y la lógica mercantil del sistema educativo son algunos de los temas que, desde visiones heterogéneas, se tocan en estas páginas, dando interesantes luces sobre el posible camino a seguir.

A continuación un extracto del prólogo de Es la educación, estúpido, a cargo del periodista Matías del Río.

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Es la educación, estúpido

Siempre recuerdo a don Julio Martínez por una frase al pasar pero que me marcó: «Quién lo iba a decir… Coquimbo Unido a Copa Libertadores de América…»; un comentario entre miles y un domingo cualquiera, que hablaba de las vueltas de la vida y de lo inesperado, pero también de las oportunidades bien aprovechadas. Ha sido un poco la historia de mi vida, que en este acto se resume como pocas veces: «Quién lo iba a decir… salió del colegio apenas leyendo y con las cuatro operaciones y ahora escribe el prólogo de un libro sobre educación, lleno de análisis expertos y sesudos, datos y propuestas para su mejoría».

En esas vueltas de la vida me inicié en el periodismo televisivo con entrevistas diarias sobre actualidad el 13 de marzo de 2006 en el programa El termómetro de Chilevisión, dos meses antes de que estallara la “revolución pingüina”. Hasta entonces, la educación no era tema, pero en mayo se iniciaron las tomas en los liceos emblemáticos de Santiago y, afortunadamente, la movilización no se detuvo más. A partir de ese momento, la educación ha sido, sin duda, el tema noticioso más recurrente que me ha tocado abordar. He tenido el privilegio de entrevistar, y a veces repetidamente, a decenas de dirigentes secundarios, universitarios, expertos, rectores, ministros y a los presidente de Chile, conversaciones en las que nunca ha faltado la pregunta sobre políticas de educación. Es por eso que me he convertido en uno de los platos más repetidos de cuanto debate sobre educación se haya hecho, recorriendo universidades, colegios y liceos. Aclaro: no por los conocimientos técnicos en la materia, sino más bien por el oficio de dar la palabra y quitarla cuando alguien se pone latero.

Paralelamente, por una invitación y sin aquilatar en lo que me estaba metiendo, hace casi diez años me integré al directorio del Colegio San José de Lampa, cuando en el sitio donde hoy funcionamos había un potrero con alfalfa. Actualmente, atendemos a más de novecientos alumnos vulnerables, que en 2015 serán cerca de mil cuatrocientos, cuando los mayores lleguen a cuarto medio.

Aquí tampoco juego un papel central en la labor formativa, para tranquilidad de la población, pero la exigencia de asistir todos los lunes del año a la reunión de directorio en el mismo colegio en Lampa, para tratar el día a día con el equipo directivo y pedagógico del colegio, me ha dado al menos el conocimiento de primera agua de las verdaderas complejidades y desafíos de la educación.

Uno pudiera pensar que la escasez de recursos económicos es la principal dificultad, por ser el nuestro un colegio gratuito, pero no. Por lejos es la sala de clases y su diversidad humana; la necesidad de tener un método adecuado, claro, probado y planificado para encausar el aprendizaje, pero a la vez la flexibilidad para afrontar la realidad de cada niño o niña en su dimensión personal y en convivencia con otros.

Los profesores son héroes y no los tenemos reconocidos en su dimensión, con todo lo injusto y costoso que ello implica para la sociedad.

DOS MUNDOS

En este rol como de árbitro, que no juega pero que observa y a veces interviene, he visto con claridad y cierto asombro el divorcio que tantas veces hay entre el mundo del profesor, que hace lo que debe pero con frecuencia lo que puede, y el del intelectual teórico, que a menudo navega guiado por su GPS ideológico, sin corroborar la ruta mirando por la ventana. En un escenario perfecto, estos dos mundos conversarían más, porque su complementariedad es casi anatómicamente perfecta. Un profesor que no ha salido hace años de su ámbito, por mucho que se sepa la materia que enseña y por el empeño y cariño que ponga en su labor, no podrá evolucionar y estar a la altura de su responsabilidad sin el insumo que le puede dar el que estudia el bosque desde arriba y el que está mirando experiencias en otra latitudes.

Pero, en realidad, hay una tercera vía: especialistas que además tienen sala, que permanentemente testean y ajustan sus teorías y conocimientos en colegios, en procesos reales de aprendizaje, ¡esos son los imprescindibles!

Conozco de cerca a Bárbara Eyzaguirre, por ejemplo, quien lleva por lo bajo veinte años en el oficio; he leído algunos de sus trabajos y la he visto diseñando fórmulas educativas con niños de carne y hueso y resolviendo problemas. O a Tomás Recart, un joven ingeniero y uno de los autores de este libro, que desde Enseña Chile logra ejecutar políticas públicas bien enfocadas en la sala de clases y en la calidad de la educación que reciben los niños. Una idea con impacto, eso en simple, pero que a muchos expertos les parece despreciable por su bajo alcance, por lo acotado. Claro, Bárbara, Tomás y miles de otros que no conozco, probablemente no han cambiado la educación completa de un país, pero han sembrado un modelo probadamente exitoso, replicable y que nivela para arriba.

Es la educación, estúpido

Sobre el autor:

Matías del Río (@matiasdelrio)

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