Ese oscuro objeto del deseo

por · Diciembre de 2015

Artistas enajenados, inseminaciones frustradas, gatos y ardillas. Todos caben en la película de Sebastián Silva, Guagua cochina.

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Artistas hipsters enajenados, inseminaciones frustradas, gatos y ardillas. Todos caben en la película de Sebastián Silva, Guagua cochina, que se proclama como un obra heterodoxa, que no busca el proselitismo ni el aval de alguna fundación LGTB. Aquí se fueron de carrete Hitchcock, Woody Allen y Gregg Araki, y la consecuencia es una resaca deliciosa de efectos colaterales inesperados.

Freddy (Sebastián Silva) y Mo (Tunde Adebimpe), una pareja estable de artistas librepensadores de Brooklyn, buscan crear vida en compañía de su encantadora amiga Polly (Kristen Wiig). Los días pasan entre rutinas de escalada libre, cumpleaños y la realización de una pretenciosa obra que consume a Freddy. Eso hasta la llegada al barrio de «El Obispo» (Reg E. Cathey), un perturbador homeless que despierta la neurosis entonces solapada del personaje de Silva.

El relato costumbrista conduce al espectador con los ojos vendados por la ruta de la comedia negra de situaciones, hasta el tercer acto, donde se presenta un esquema feroz, una tabula rasa que sacude al espectador sin concesión alguna, borrando exitosamente con el codo todo lo escrito hasta ese límite.

En su creación, de seguro el tratamiento del guión habría sido rechazado por los académicos de ese ramo por decidir dar un golpe de timón sin mayores indicios previos. Eso junto con que la derecha y los fanáticos religiosos podrían utilizar la película para pautear bizarramente su oposición al matrimonio y adopción por parte de los homosexuales. Dos hechos fuera de la ficción que desde la hipótesis hablan del fundamentalismo a la chilena.

Pero la película no le teme a nada, no heredó las trancas y prejuicios de las otras generaciones. Aunque sí contiene en su carga genética el estado alterado de conciencia de las anteriores obras de Sebastián Silva. Ese patrón que unifica a nanas estresadas, ancianos con alzheimer, camarógrafos depresivos y adolescentes enajenados.

Ese descontrol pone en tela de juicio todo el plano presentado por estos treintañeros BoBo (bohemios burgueses), donde Freddy manipula y demanda a quienes lo quieren para que las cosas salgan a su manera, porque este artista latino, inmigrante y gay, no es fértil ni sexual ni intelectual. Esa sequía lo carcome e inicia su metamorfosis hacia una paternidad desequilibrada y muy lejos de su progresismo multicultural.

Lo que vemos entonces es la crisis de un visitante en tierras ajenas, herido en su narcisismo, minimizado en su brutal ego. Un animal de corral castrado que empuja a otros rechazados —su novio de raza negra, su amiga soltera, su anciano vecino gay sobreviviente de la razzia (Mark Margolis)— a mantener a flote su cómodo existir compuesto de desayunos en el café de la esquina y de largas conversaciones al fragor de la marihuana y las cervezas.

Pero ahí, en las calles de su barrio, la imagen latente de sus caprichos y miserias lo tendrá a perpetuidad en el cadalso de la memoria. Siendo aquella la más grande y radical acción de arte realizada por Freddy.

Ese oscuro objeto del deseo

Sobre el autor:

Fernando Delgado es comunicador audiovisual y guionista de series y teleseries en TVN, MEGA y CHV.

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