La última marcha por Santiago desde afuera del rating desesperado.
El programa es en vivo y arriba tiene el logo de Mega: «las noticias que marcarán la agenda de mañana son la declaración que va a prestar el ex fiscal Peña, por el caso bombas, y la cena pan y vino».
Soledad Onetto despide su espacio de entrevistas, donde la actual Miss Chile habla de su paso por Miss Mundo, antes de irse a negro con el televisor.
Ahora es martes y Santiago está brumoso. Entre la marea humana de varias cuadras se oyen algunos gritos de megáfono: «los trabajadores a la calle, dejen sus pegas botás» y otros que obligan a saltar: «y va a caer/ y va a caer/ la educación de Pinochet».
Hay buen ánimo, es un día de invierno caluroso en el centro. La mitad de las cortinas metálicas de los negocios están cerradas con candado. El resto, a media asta y con los empleados en la entrada, viendo pasar las filas de estudiantes.
En algún punto la policía controla el tránsito de los tres o cuatro autos perdidos por la Alameda. «Hay un gran desorden bajo el cielo, la situación es excelente».
No son ni las diez y media de la mañana y los grupos de escolares y universitarios caminan por Alameda hacia el metro Estación Central en la marcha #TodosXlaEducación. La mayoría viene a pie desde Plaza Baquedano, otros suben por las estaciones de la línea uno y, el resto, sale escupido por las micros en las intersecciones.
Antes de las once, todo el ancho de esta arteria se llena de banderas comunistas, de la CUT y la ANEF, pancartas de distintas escuelas de la gran mayoría de las universidades bajo la cota mil; letreros del Colegio de profesores, de la ACES, de la CONFECH, muchos estudiantes de uniforme, de séptimo básico, riéndose con los que creen serán los mejores amigos de sus vidas; rodeados de profesores, punks, jotosos, anarcos, trotskistas, socialistas, feministas, cejas depiladas, zorrones, pendejos, viejos, cabros marginales, adolescentes sin orgánica partidaria, que están ahí solo para sumar al movimiento.
Harto jumper y jeans ajustados, en las chicas, y harto canguro con capucha, entre los muchachos.
Quedo atrapado en medio de un grupo de universitarias con mochila, con un lienzo muy rosado y reunidas «a partir de la violencia sexual que está ejerciendo el Estado».
«La idea es sumarse a la protesta y reiterar que estamos en un Estado patriarcal y neoliberal, que reproduce las desigualdades, las injusticias y la lucha de clases» explica una que sale a hablar empujada por sus compañeras.
A la altura de República, ya es imposible calcular la cantidad de gente y esa es una clave de este movimiento; el mismo que plantea -en educación- el fin al lucro, des-municipalización, democratización, carrera docente, aportes basales y control comunitario.
Su masa está basada en la empatía que generan los estudiantes. En los números, entregados al final de la jornada, somos cincuenta mil personas para Carabineros, ciento treinta mil para Noam Tiltelman (presidente de la FEUC) o doscientos mil como tuiteó Camila Vallejo (vicepresidenta de la FECh).
Para la última encuesta CEP, los estudiantes tienen más credibilidad que el Congreso, el gobierno o los partidos políticos.
Como sea, la gran mayoría de las familias de Chile tiene a alguno de sus integrantes en el colegio o la universidad, o a alguno que sigue pagando sus deudas universitarias del pasado. Por eso el tema de la educación toca muchas puertas no solo en Santiago.
Más adelante una vocera de la ANEF dice que «la Asociación nacional de empleados fiscales siempre ha estado comprometida con los estudiantes, puesto que nosotros tenemos hijos y muchos de nosotros estamos endeudados con este sistema», mientras reclama que sus jefes solo permitieron marchar a los dirigentes y no a todos los trabajadores.
Unas cuadras antes de la USACH, un notero de algún infotainment le pregunta en cámara al vendedor de limones «¿para qué se utilizan?». «Pah despejar las vías respiratorias, pah que no te ahoguís» dice el ambulante antes de desaparecer en una calle del centro y reaparecer un rato después en el rubro del agua mineral con gas.
Ya no están los trabajadores macizos que llegaban a las protestas de la revolución pingüina en 2006 y que convertían los murmullos en fuertes discusiones ideológicas.
Los furgones de los canales de televisión, esponsoreados hasta las ruedas con sus logos, fueron reemplazados por duplas de camarógrafos y periodistas sin corbata, sin camisa y de zapatillas, que se confunden muy fácil entre la multitud. Es uno de los códigos de la calle, donde la excepción confirma la regla.
Hasta ahora se ve poco lumpen, casi ninguna botella de cerveza y más ganas de decir cosas en todo tipo de soportes -lo que incluye sostenes y sixpacks “sopaipillas”-, como un colorido Labbé desnudo y frases para guardarse de memoria.
«Representamos que somos un producto en vez de personas» dice una de las universitarias que llevan pegado un código de barra en el pecho.
Alrededor, un montón de escolares trepan los paraderos del Transantiago y observan la marcha con ojos brillantes. Debe ser maravilloso mirar la gran columna desde lo alto.
«Oe, están sapeando los pacos» grita alguien y de inmediato empieza una lluvia de botellas y peñascazos con destino al segundo piso del Restaurant El Chiquito, en donde, desde un balcón, corren varios fotógrafos que en dos tiempos desaparecen.
La marcha sigue con un caudal numeroso por Avenida España. El escenario principal está en Blanco Encalada y dicen que ya partió Nano Stern y que antes de los discursos de los dirigentes estudiantiles estarán los Villa Cariño.
Pasado el mediodía converso con un par de escolares de pocas palabras y con la cara llena de base blanca.
–¿Qué simboliza tu maquillaje?
-Que, como la educación chilena es una mierda, me desmotiva.
Más adelante, los obreros de una construcción en Avenida España cuelgan un lienzo en apoyo a la marcha, desde la altura, y se ganan el aplauso cerrado de toda la cuadra.
«No vengo en calidad de artista, vengo como una persona más, a la que le interesa que el país cambie su sistema educacional, que es tremendamente segregador e injusto» dice el músico Álex Anwandter, en la calle, justo frente a una instalación improvisada por estudiantes.
En la esquina de Blanco Encalada, no se escucha el acto cultural ubicado en Abate Molina. De los niños de séptimo y las pelo liso, ni rastro.
«Micrófono en mano / de espaldas al desastre» (Andrés Anwandter). Frente al Club Hípico, por República, hay una pelotera de gráficos tomando lugar, como esos buitres que esperan silentes los restos de una cacería felina. Empieza la pornografía social.
De a poco, la esquina de Blanco, donde está Ciencias físicas y matemáticas de la Chile, se llena de cabros proleta y con aire lumpenesco, mezclados con un montón de universitarios. Varios anarcos se bajan de las rejas del frontis, donde parecían esperar un desenlace, como acentuando ese lugar común de estos eventos conocido como «tensa calma».
«Lo que ha de suceder, sucederá» dijo Virgilio y rápidamente un montón de jóvenes se hacen invisibles con sus polerones en la cara. «Encapuchados somos todos iguales» dice uno de los letreros que parten a patadas voladoras para lanzarle al piquete policial que sigue la acción a la distancia.
«El gobierno nos dijo que éramos una minoría, el 0,1%. Hoy 200 mil personas le demostramos en las calles que el único 0,1% son las cuatro mil familias más ricas de Chile, que deciden cómo nos educamos y cómo vivimos» dice alguien de la FECh.
Justo donde se acaba la multitud frente el escenario, por Blanco Encalada a la altura de República, empiezan las provocaciones, los peñascazos a los carros policiales y las primeras bombas lacrimógenas. Tres quiltros se ponen al frente de los estudiantes.
«Demostramos una vez más que somos la mayoría de Chile que exige una educación pública, gratuita y de calidad para todos» dice alguien por megáfono.
La escena se satura con palos, chuchadas a grito pelado y combos que vienen y van. Dos zorrillos se lanzan violentos contra las filas anarcas, que responden con furiosos camotes. A la mitad de la calle hay una barricada improvisada. Las estampidas de estudiantes se suceden, con las arremetidas del zorrillo y el guanaco siempre detrás, como un cardumen defendiéndose del ataque de un pez mayor.
Algo más distante, en el lado policial, varios fuerzas especiales escoltan a algunos tiradores de balines de pintura, que usan para manchar a los manifestantes y así detenerlos más fácilmente. Pero los anarcos llevan dos o más poleras encima, de manera de que, si se manchan, las usan por el reverso.
En distintas cuadras siguen los enfrentamientos y las fumarolas, se hace complicado respirar y ya es momento de emprender la retirada. Aunque, por Alameda, se ven otros focos del humo blanco, ahora en dirección a la USACH, y alrededor de La Moneda parece el operativo de todo un regimiento policial.
Ahora es de noche y miro el late show de la ex animadora del Festival de Viña, la misma periodista que le preguntó a la Intendente Metropolitana «¿por qué las marchas nunca se realizan en Providencia o Las Condes?», pero que entre sus invitados del capítulo emitido la noche del mismo martes de la marcha, aparecen los ex futbolistas “Pato” Mardones y “Superman” Vargas, y la ex Secretaria de la Comisión Nacional de Energía, María Isabel González.
La omisión es delirante. No, el programa es delirante. Entre sus titulares destacan que: «el aguinaldo no es obligatorio para el sector privado» o «hay grupos que no entienden que para superar la pobreza se necesita energía» o «cuando hay armas disponibles cualquiera puede descargar su ira» o «no he visto a ningún candidato sacándose fotos con el Presidente Piñera» o «esta Reforma Tributaria es un regalo envenenado». Apago el televisor.