Murió García Márquez y las redes sociales se infectaron de petulantes y tiranos expertos en su obra.
Desde Ciudad de México.
Son casi las tres de la tarde en México. Vacaciones de semana santa. El comentario del día es la nieve que cae en el norte del DF. Trivial. En Chile, en cambio, se discute por la gift card del gobierno para los damnificados del incendio en Valpo. Basta el mensaje de El País anunciando la muerte de Gabriel García Márquez para que todos, sin esperar confirmación, a pesar de ser el diario que mostró una foto falsa de Chávez, se lamenten en las redes sociales.
Cuando muere un personaje gravitante del mundo cultural nadie queda impávido. Unos se avergüenzan de no conocer sus obras, pero igual opinan. Otros se saben tan expertos y fanáticos que creen que no hay nadie como ellos. Como tal, que más de cinco personas «sufran» por su ídolo les parece una moda.
García Márquez murió en Coyoacán, el lugar que escogieron para vivir la inmortal Frida Kahlo y el pintor Diego Rivera. También Trotsky. Y si bien la lectura no es lo que caracteriza al país azteca, sí se comentaba el estado de salud del Nobel. Entre tanta portada sensacionalista, todos los días aparecía una nota sobre la supuesta mejora o el confirmado deterioro en su salud.
En Twitter y Facebook, las reacciones sobre la muerte del escritor producen algo. No solo por los que se ufanan de saber un poco más que el resto, sino porque muchos hablan y se enojan desde el desconocimiento, creyendo que por leer dos libros tienen la autoridad de hacer callar y reírse de quienes escuetamente se lamentan.
La agudeza chilena termina cuando creen que «Gabo» es un apodo de excesiva confianza de los lectores y diarios extranjeros. Como si en Colombia y México no tuvieran la seriedad que tanto alegan en Chile. ¿Sabrán que García Márquez fue el primer columnista de cine en Colombia? ¿Sabrán que lo hizo en el diario El Espectador, donde uno de sus grandes amigos fue el periodista Eduardo Zalamea?
Fue Zalamea, cuando García ya era conocido por sus columnas, quien publicó uno de sus cuentos en el diario y lo apodó de esa manera en público. Así como en Chile está «Don Nica» o «La Colorina». Ahí está el error: no mirar lo que se tiene cerca y juzgar con ahínco lo que se ve afuera.
El tema del abuso intelectual y el anonimato en redes sociales está bastante manoseado, pero nunca se deja de explorar nuevas aristas. Pasa una hora desde la muerte de García Márquez y en Chile ya dan cátedra de cómo se debe vivir el luto, qué comentarios hacer o qué citas publicar y cuáles no. Algunos cuentan que se leyeron todas las obras, otros alegan que no todos las leyeron y pocos asumen que leer les aburre profundamente.
Si lamentarse por la muerte de alguien tiene que ver con cuántos datos se memoriza de esa persona, estamos cayendo en una tiranía horrible del conocimiento. Lo que no quiere decir que está bien opinar sin saber, que es el otro extremo.
Efectivamente, muchos leyeron La hojarasca en el colegio, así como otros que se reían de ese acotado conocimiento no tienen idea que García Márquez escribió un libro sobre la influencia de Estados Unidos en la dictadura chilena. ¿Es de extrema gravedad no saberlo? No. ¿Es para reírse de alguien? Tampoco. ¿Fue engrupido ponerlo acá? Puede ser.
Al contrario de lo que muchos piensan en Twitter —el templo de los sabiondos, el termómetro de la moral—, no agarrar un libro o no saber quién es el personaje que muere, no los hace tontos. Al contrario, qué horrible saberlo todo. Qué aburrido debe ser vivir sin novedades, sin descubrir un autor nuevo o explorar a los clásicos de los que se sabe mucho del nombre y poco de sus obras. El pecado está en no asumir el desconocimiento y no querer adquirirlo.
Los que dan cátedra de qué publicar y qué no, son muy afortunados por ser parte del porcentaje mínimo que lee en Chile, pero serían muy solidarios si —en vez de reírse de los que muchas veces no saben, de los que recién ayer conocieron a García Márquez—, fomentaran las ganas de saber, en vez de hacer creer que todos los que leen son igual de petulantes y tiranos.