La adolescencia de Sampaoli

por · Octubre de 2014

En el fútbol gana el que cambia, lo dice la historia y desde sus comienzos. A ver si nuestro DT, antes de que sea tarde, comprende algo tan viejo como el deporte mismo.

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Esto se parece mucho a algo ocurrido hace 142 años. En el Hampden Park de Glasgow, Escocia se enfrentó a Inglaterra en el primer partido internacional de la historia. Más fuertes, más rápidos y más atléticos, los favoritos eran los ingleses. Los escoceses, representados por el club Queen’s Park, eran físicamente más débiles, pesando casi 6 kilos menos por jugador en comparación a sus rivales. Una estadística que, para la época —segunda mitad del siglo XIX, el fútbol aún definiendo sus reglas—, era la más relevante de todas. El equipo más vigoroso, el capaz de percutir con mayor insistencia y verticalidad en el arco contrario, era el que siempre ganaba.

Inglaterra, como lo acredita Jonathan Wilson en Invirtiendo la pirámide, jugó con un solo defensa delante del arquero, dos mediocampistas y siete delanteros. Un 1-2-7. La misión era simple: ir al frente. Doblar por las orillas con dos punteros izquierdos y un wing derecho, y cerrar por el medio con cuatro centrodelanteros. Ya en los inicios la verticalidad era una moda, aunque más concretamente una señal de masculinidad. Jugar para adelante era de hombres, de sportsman inglés; asociarse y jugar con pases era, digamos las cosas como son, cosa de débiles amanerados.

Los flacos escoceses, sin la carga moral de sus vecinos, entendieron que yendo al choque saldrían mutilados. Jugaron a “combinarse”, a replegarse en orden y a retener la pelota entre ellos. Que los atletas corran mientras nosotros jugamos. Esta diferencia estratégica se evidenció en su alineación: dos defensas, dos mediocampistas y seis delanteros. Un 2-2-6, a simple vista no muy distinto de la formación inglesa, pero suficiente para evidenciarse en el resultado. Un cero a cero, decepcionante para Inglaterra y triunfal para Escocia.

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Ayer, Chile fue Inglaterra y Bolivia fue Escocia. Hubo un equipo que se sintió superior, que en la estadística comparativa —experiencia, internacionalidades, altura, rendimiento, salarios, color de zapatos y tatuajes— era mucho mejor, que con sólo ir hacia delante —o al menos así lo demostró durante el partido— le alcanzaría para aplastar a su rival. Y hubo otro que se supo inferior y que aprovechó esa inferioridad para llevarse un empate que debió ser victoria.

En vez de madurar, Sampaoli parece estar volviendo a la adolescencia. Cuando podría evolucionar en su propuesta, matizándola para hacerla imprevisible o alterándola para darle frescura al juego, prefiere regresar a su forma primitiva, insistiendo en una idea conocida por los rivales y gastada por los mismos jugadores. No hay que ser ingratos: es la idea que llevó al éxito a la U y a la Selección, pero hacerla perdurar a la fuerza, más por tozudez que por convicción, parece un capricho púber y no tanto una conclusión madura.

Anoche Chile jugó sin pausas, con un ímpetu más parecido a la desesperación que al hambre. Apurados, muchas jugadas que con calma habrían terminado en gol se diluían en pases frenéticos o en un exceso de volumen en el área. ¿De qué sirve atacar con seis si entre ellos se chocan al patear al arco? Tiene razón Alexis cuando pide la pausa de Valdivia o la paciencia de Fernández. Son cualidades que él no tiene, y que no va a tener, notorias cuando recibe en tres cuartos y necesita de tres gambetas y dos giros para resolver.

Gana el que cambia, lo dice la historia y desde sus comienzos. En el mismo momento en que nació el fútbol internacional, en 1872, el que modificó las maneras fue el que consiguió sacar ventajas. A ver si Sampaoli, antes de que sea tarde, comprende algo tan viejo como el deporte mismo.

La adolescencia de Sampaoli

Sobre el autor:

Cristóbal Bley es periodista y editor de paniko.cl.

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