Las Mil libertades de los Jinetes

por · Noviembre de 2015

Revisamos la doble jornada de Los Mil Jinetes en la nave del Centro Arte Alameda.

Publicidad
Yo entiendo esta libertad como algo que, lejos de ser un límite para la libertad del otro, encuentra, por el contrario, en esa libertad su confirmación y su extensión al infinito.

Mijail Bakunin

 

A modo de reloj, a las 19:05 el puntual sintetizador de Andrés Zanetta inició las primeras percusiones del concierto. Los aplausos vinieron tan pronto como irrumpiera el punteo de “El justiciero”, a cargo de un prolijo Gonzalo Núñez, en los murmuros del público en la sala. Las dos guitarras acústicas, el bajo jazzero de Martín del Real y el mencionado solo, recordaron de manera minimalista ciertos sonidos que atravesaron a la formación desenchufada de Los Tres. Sin partida en falso, Los Mil Jinetes inauguraron así la doble jornada del viernes pasado.

Una hilera de hits de youtube sacudieron al puntapié inicial. “Al cine sin nadie”, “Terminal”, “Libres”, “Vocación de investigador” y “Tarde muy tarde” hicieron redondo el primer tercio de show, que cerrado por “El peso de una mujer” dejó como uno de los pocos grises las excesivas disculpas de Briceño sobre el desempeño en el escenario («la procesión va por dentro», «porque no se nos da muy bien el vivo», «la seguridad no es nuestro fuerte»), frente a un respetable que coreaba tímido cada una de las letras.

Sería el turno de Miguel Canave, fuente de inspiración y admiración de la banda. De impecable tenida deportiva y acompañado solo por su guitarra, se posiciona en el centro del escenario. El espíritu de Leo Dan se chileniza en la voz de Don Miguel, que fluye a través de su inconfundible registro callejero. Pasan y pasan canciones demasiado rápido para distinguirlas, algo lejanas al universo de referencias de la mayoría de los presentes. Fueron nueve en tiempo récord, en un espectáculo que operó en su potencialidad máxima en la medida en que la gente coreaba («por qué no charlar un ratito, eh, para no sentirnos tan solos, ah»).

Ahora bien, el tren de empuje de la presentación fue su enorme capacidad interpretativa. Quebrado de voz en algunos pasajes, Don Miguel parecía sufrir en cada coro la última pena de amor, entregando la garganta por entero a la nostalgia. Un lujazo ver al hombre en un teatro así, lejos del escenario de incertidumbres que presenta la micro. Bonita coincidencia la de Canave, Zanetta y Briceño.

Vuelven los Jinetes a terminar lo que habían empezado. Briceño cambia sus adidas azules por unos botines traídos por un buen muchacho que procura no interrumpir. A la segura continúan en la senda de las buenas canciones, hasta que la polémica de la noche entera se apodera del concierto. Un joven fuma un cigarro electrónico en primera fila y desata la ira de una exaltada muchacha en la quinta, que le reclama su imprudencia. El debate sobre las libertades agarra vuelo tal que Briceño interrumpe el coro de “Mi chaqueta de jeans” solo para criticar una «sociedad de cubículos de libertades». Un agridulce término de la tanda inicial lo marcó “Inténtalo”, como un mensaje a ellos mismos antes de irse a vestuario.

Cigarro correspondiente para tomar aire y regresar al segundo concierto, que parte con la recién escuchada “Inténtalo” y el concierto deviene en un espejismo del primero, donde las canciones se suceden en un idéntico orden inverso. Entretenida y mareadora apuesta de Los Mil Jinetes ante la dificultad de hacer dos funciones el mismo día. Pobres y profesionales, lograron hacer conciertos distintos con las mismas canciones, mostrando un espíritu muy sampaolista en su flexible despliegue.

Miguel Canave se jugó la personal y cambió buena parte de su repertorio, dándole sorpresa al equipo. El cierre otra vez blanducho con un público que, más preocupado por la afinación que por el volumen, sonaba algo escuálido a la luz de los explícitos llamados al canto por parte del cantante. Se van y después de un tira y afloja lleno de contingencia, resuelven entrar en formación estelar. Del Real, Zanetta, Briceño, Canave y Núñez dejaron poco espacio para la especulación. El quinteto justificó que merecía más minutos en escenario y los dos temas al cierre dejaron gusto a poco.

El problema, si pasó por algún lado, se acerca más a la planificación que a la temida ejecución. Rezagados, entendieron tarde la táctica y salvaron el honor. Miguel Canave, impecable en el suspiro final, mostró su mejor cara solo con el micrófono al frente. La suma de las partes fue más que cada una de ellas y dejó una buena sensación a quienes abandonamos la sala después de la última despedida. Un regreso aceptable para una banda que llevaba dos años y medio fuera de las pistas, pero a todas luces insuficiente para lo que se espera de LMJ, en un show que si bien apostó a la sencillez, quedó preso de las libertades tomadas por el equipo técnico. Como el mismo Briceño resumió en Concepción: «¿Está malo? No. ¿Está bueno? Tampoco».

Las Mil libertades de los Jinetes

Sobre el autor:

Raimundo Echeverría

Comentarios