Devendra Banhart y la fiesta de lanzamiento de Vitamin Water en Valparaíso.
Una nueva agua envasada llegó a Chile, pero ¿de qué vamos a hablar?
¿Del día en que Devendra Banhart tocó en el Muelle Barón, en Valparaíso? ¿O del día en que un evento ridículamente apoteósico y suave, el más ficticio y limpio y color pastel que se haya hecho en Chile, con famosos y famosas, fuegos artificiales, un actor de Hollywood y muchos de Chilevisión, vodka y fruta en cantidad, perfumes y mesas de pin pón, se hizo a dos cuadras del olor a meado, los perros gigantes y los curados de vino en el suelo?
// Crónica: Cristóbal Bley • Fotografías: Eleonora Aldea.
Devendra, que era la atracción principal, motivo de tantos tuits y DMs en busca de invitaciones, terminó siendo solo una parte, el plato fuerte del banquete —pero sólo un plato. Al aparecer en escena —él con una Les paul junto a Noah Georgeson y otra Les paul, sentados en sillas, pantalones apretados y calcetines a la vista— rápidamente dejó en claro las condiciones de su venida: “perdóname la exclusividad de todo esto, pero si me invitan, yo vengo”, dijo al terminar la primera canción. Fans disfrazados de él, con barba, sombrero, algunos incluso con su antiguo pelo largo, se apretaban en la primera fila y otros más miraban atentos, tarareando alguna canción escuchada en algún ipod, alguna vez.
Pero la mayoría: la mayoría estaba un poco más atrás conversando lo más fuerte que pudieran, con gritos si era necesario, voces fuertes que hablaban de otras fiestas en otras playas y casi siempre en otros países. Voces que estaban por estar, la presencia que ya ni siquiera necesita experimentar: apenas come, apenas toma; sólo está. Ah no: está para tuitear en cuanto pueda con el #muellevitaminwater y para permanecer lo más cerca posible de alguna de las tantas cámaras que dejarán registro de su presencia en Internet. Eso es. Estar para que alguien sepa que estuviste, quedar en el registro. Que no quepa duda.
Aunque Banhart, como decíamos, sólo el canapé más rico del cocktail. Tocó despacito, cuarenta minutos, trató de hablar, mostró canciones nuevas (que pronto les mostraremos a Uds.), dejó que el público eligiera el último tema. Funcionó, al final, como una anécdota, algo cul para contar entre tantas cosas para contar: después de que unos rubios en buzo te presentaban alguno de los deslavados sabores de esta agua Vitamin en la entrada, venía una sesión de fotos donde había que poner una cara loca sobre un fondo de colores mientras un trío de jazz pasaba inadvertido en un rincón. Todo esto en un Barón totalmente apropiado por colores pasteles, que contrastaba tan violentamente con ese hombre que, afuera del terminal de buses, dormía sonriendo en la vereda con los pantalones abiertos, el pene afuera y una posa de meado acompañando su reposo. Un evento que en la Vitacura profunda tendría tanto sentido y armonía, pero que en la rudeza y sinceridad de Valparaíso se hace chocante y a la vez muy surrealista.
Después de las fotos, una enorme rampa multicolor a la skittles que finalizaba con un queque cremoso en una mano y una ensalada de frutas en la otra. Y desde ahí, todo como un intento de paraíso posmoderno, de fiesta intensa alcohólica música celebrity mezclado con sandías, bolsas reciclables, agua de sabores y vida sana. Una bacanal que tuvo djs traídos de Londres y Nueva York, y que sintió su orgasmo con fuegos artificiales lanzados desde un bote un poco más allá.
Un agua llegó a Chile. Todo esto —tanto, demasiado— por un agua.