Mi primer mundial valió verga

por · Mayo de 2014

Mi relación con el fútbol empezó de manera traumática. Vivía en México, tenía siete años y recién empezaba a darme cuenta de qué era realmente este deporte que se jugaba con una pelota y dos arcos. Era un sábado, soleado, y sería mi debut jugando por el colegio. El entrenador me puso de titular y […]

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Mi relación con el fútbol empezó de manera traumática. Vivía en México, tenía siete años y recién empezaba a darme cuenta de qué era realmente este deporte que se jugaba con una pelota y dos arcos. Era un sábado, soleado, y sería mi debut jugando por el colegio. El entrenador me puso de titular y me paró de volante. No hubo muchas instrucciones. Alcancé a jugar casi veinte minutos cuando pidieron el cambio. Según yo, no lo estaba haciendo tan mal. Me creía el cuento, aunque no tenía muchos recursos para argumentar esa ilusión. Caminé hacia el borde de la cancha y la sorpresa no fue poca cuando vi que por mí iba a entrar la única mujer del equipo. No, no es machismo, es sólo el ego de un niño que juega fútbol y lo reemplazan por una niña. Al final, ella lo hizo mucho mejor que yo y ahí comenzó mi evolución hasta convertirme en un regular arquero amateur.

En ese tiempo en México había un equipo que tenía revolucionado al país y, como dos chilenos jugaban ahí, mi papá todos los fines de semanas los ponía en la tele. Fue el Necaxa de Basay y Vilches el que me enamoró del fútbol y me enseñó lo básico del deporte. Con el Nacho Ambriz y el Beto García Aspe aprendí lo que era una dupla de contenciones con ribetes ofensivos. Las tijeras y pases milimétricos de Alex Aguinaga me enseñaron la importancia de un genio en el equipo. Y Basay, bueno, lo que tocaba lo metía adentro. Eso era un goleador, como Carlos Hermosillo del Cruz Azul o Zague del América.

En medio de la revolución del equipo de Don Ramón, llegó Estados Unidos 1994. Iba a ser mi primer Mundial como hincha. Recuerdo cómo se paralizaba el colegio, las caras pintadas del Héctor, el Matías y la Itziar. Yo me sentía un mexicano más, la selección de Chile no existía para mí (después me enteré que eso se lo debíamos al Cóndor). El primer partido lo perdimos con Noruega y, cinco días después, cuando Luis García la clavó en una esquina desde fuera del área, supe lo que era gritar un gol de tu país en una Copa del Mundo: un escalofrío me invadió el cuerpo y me puse a correr en círculos. Abracé, incluso, a los compañeros con los que peor me llevaba. Al final de la fase de grupos terminamos primeros, luego de un histórico empate contra la Italia de Baggio.

Por fin llegaron los octavos de final. Nos tocó contra Bulgaria y la sensación del país era que Jorge Campos, Claudio Suárez, Marcelino Bernal, el Beto, el Nacho, Zague y el técnico Miguel Mejía Barón (que le dio la espalda al ídolo Hugo Sánchez) iban a lograr de una vez por todas meter al Tri al maldito quinto partido. Íbamos 1 a 1 y me costaba entender por qué todos los que miraban la tele en el patio del colegio estaban tan histéricos; para mí los penales, con el volador Campos, no eran tan mala opción. Fue ahí cuando escuché por primera vez una máxima del fútbol.

—Ya güey, si no marcamos ahora, valimos verga —me dijo un grandote de 12 años.
—…
—¿A qué no sabes? México es el peor pateador de penales en el mundo.

Ahí me quedé helado. Ni siquiera el anecdótico cambio de arco, luego de que Bernal lo rompiera tras salvar un gol en la línea, me sacaba del perplejismo. Y claro que llegaron los penales y mi ídolo, el Beto, la mandó a la luna. Después Campos, con su estrambótica polera XXXL, se lanzó hacia su derecha y con las uñas tapó el penal. En ese momento yo miraba al grandulón, con cara de orgullo. Pero eso no duró mucho. México falló y volvió a fallar y Bulgaria pasó a los cuartos de final. Fue la primera vez (jamás la última) que lloré por fútbol. Entendí que es mucho más difícil ser hincha que jugador. Ni las eternas mofas de haber sido reemplazado por una mujer tienen comparación con quedar fuera de un mundial. Después volvimos a Chile y la historia se repitió en 1998 con una nueva máxima: la bestia negra se llama Brasil.

Mi primer mundial valió verga

Sobre el autor:

José Pablo Harz (@jpharz).

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