Perdimos la experiencia

por · Noviembre de 2012

Apuntes de Primavera Fauna

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Algo pasó con la violencia que hoy ya no está de moda. Saltar y pegar y ser pegado solía ser parte del orgullo posterior a un evento musical, ya fuera del heavy metal más heavy o de la dulce boyband del momento. Moretones y rasguños que se mostraban como heridas de guerra, hoyos en la polera que se lucían como medallas y el resfriado al día siguiente como la mejor demostración del aguante. Todo eso era violento y de supervivencia: ganarle el puesto al otro, defenderlo, demostrar el fanatismo cantando y saltando y también soportando ese fanatismo de los demás; pero era, al mismo tiempo, hermoso y fraternal. Y si bien todavía en conciertos únicos o de nicho podemos encontrarnos con ambientes así, los nuevos festivales que copan la agenda, con sus vips y comida gourmet, están borrando esas dinámicas y cambiándolas por las de la pasividad.

// Apuntes: Cristóbal Bley • Fotos: Daniel Olivares.

Algo parecido a lo que pasa en los estadios y en las calles. Nos quieren quietos y zombies, que paguemos la entrada y miremos en silencio. Una tienda del retail hace un desfile por la Alameda, pero por la misma calle ya no se autoriza una marcha estudiantil. Programan los partidos a las 6 de la tarde y en día de semana para que ningún trabajador normal pueda llegar a la hora y lo vea obligado por la tele pagada.

En Primavera Fauna habría sido iluso esperar mucha energía o desenfreno. Aunque la música se anticipaba lo suficientemente buena, igualmente no era lo más importante: acá, principalmente, se está por estar. Y en esos términos es como la mayoría lo evalúa: no tanto si sonó bien o mal, como cuántos baños habían; no tanto si el orden de las bandas estuvo bueno, sino cuánta fila había para comprar copete. Bajo esa actitud, que no era la única pero sí era generalizada, se echa de menos la violencia, esa violencia linda que resulta de la total complicidad entre la música y el público.

¿Eso fue Primavera Fauna, versión 2012? ¿Una acumulación de música en vivo internacional, sin mayor interacción entre ella y la gente que la que se puede tener con un teléfono móvil?

Pulp aparte, la respuesta debería ser sí.

Jarvis Cocker y su tropa no habían tocado nunca en Chile. Bien es sabido que el tiempo acumulado se transforma en energía, y han sido casi veinte los años de espera para los primeros fanáticos de Pulp. Y en un país como el nuestro, cuya juventud abrazó al brit-pop como si fuera suyo y lo bailó desenfrenado en antros escondidos donde podía sentirse libre de miradas y prejuicios, esos años son muchos. Se sentía, cada vez que uno miraba las letras P-U-L-P que se asomaban apagadas en el escenario internacional, la catarsis colectiva que vendría irremediable.

Pero durante toda la tarde, de sol picador y frío viento oeste, pocos se involucraron mucho con lo que sucedía en los escenarios. Figurar en las piscinas o bajarse las primeras chelas a la sombra resultaba, al parecer, más tentador que pararse frente a una banda e involucrarse con su propuesta. Aplaudir, moverse, bailar; o bien un grito, una pifia, un abucheo. Algo, alguna cosa. Porque hay pocas cosas más tristes que el silencio después de una canción.

Tres brasileños que hablan en inglés, pasadas las 15:00, simulaban tener sexo mientras tomaban pisco directo desde la botella. Eran Bonde do Rolê, un trío apadrinado por Diplo que mezcla las bases del baile funk con riffs roqueros, pero que en vivo no tocan nada: le ponen play y encima cantan y gritan pero sobre todo carretean. Empapados en Alto del Carmen, bajaron al público a hacer un trencito, mientras arriba Laura Taylor, la única mujer del grupo, recreaba una penetración oral con mucha fidelidad y entusiasmo. Es el primer momento de la tarde en que la gente se desacomoda de sus shores cortos, se olvida de sus teléfonos y se desata en una pequeña locura. El show es sincero, y sin soberbia alguna, Bonde do Rolê asume que lo suyo es dejar la cagá lo mejor posible. Y disfrazados de animales sadomasoquistas, disparando alguna sustancia por un pene gigante, metiéndose entre la gente, lo consiguen.

Después de este acto, quedó demostrado que el escenario latino era el prendido. Sin ninguna desventaja técnica ni sónica frente a los gringos, el lado este del Espacio Broadway marcó diferencias en la performance y la energía, promoviendo la respuesta en un público, como se ha dicho, mucho más reactivo que propositivo.

Así lo hicieron Álex Anwandter y Protistas, primero, y Astro, después. A ejecuciones perfectas le sumaron puesta en escena, histrionismo y compromiso, lejos de la apatía de unos impecables pero poco empáticos The Walkmen, o de la pericia algo estática de los Clap Your Hands Say Yeah. La fiesta, por lo menos hasta antes de Pulp, siempre estuvo más volcada al lado sudaca, ya fuera con la cumbia trance de Bomba Estéreo, con el show ya repetido pero algo efectivo de Francisca Valenzuela o con el funk groso de Illya Kuryaki & The Valderramas. ¡Noo!, grita la gente cuando Dante Spinetta dice que van a tocar una canción nueva. Es tanto lo que se baila con “Coolo” o “Jennifer del Estero” que nadie quiere novedad, puro volver a los noventa y vacilar.

Que Jorge González tocara por primera vez el Corazones (1990) completo, y apegado a su sonido original, fue el imán que atrajo a los últimos indecisos a este festival. Entre el público se mezclaron músicos del evento: la gente de Astro, alguien de los Protistas, un par con la boca abierta y todos con cara de absoluta incredulidad. González no solo pudo recrear el sonido sino además la teatralidad de ese disco, tan icónico hoy, tan extraño en su momento. Discos de amor se han hecho miles, pero discos conceptuales sobre el engaño y la traición dentro de una misma banda, creo que pocos. Es una carga pesada y caliente, que Jorge González la expuso abiertamente y sin contenerse. Acompañado de Cecilia Aguayo en teclados («mi mejor amiga») y de Uwe Schmidt (Atom Heart) en las bases («un seco»), replicó tal cual todos los tracks del álbum, variando solo su orden. Una jugada maestra, con la que le sacó brillo a los hits (épicas ejecuciones de “Estrechez de corazón” y “Con suavidad”) y le dio fuerza a los temas secundarios, demostrando además que su voz está mejor que nunca.

«Y es verdad, somos unos miserables que no queremos perdernos nada y en realidad perdimos lo fundamental: la experiencia», escribió una vez Fabián Casas. El poeta argentino lo hizo a partir de lo mismo, de los festivales, de la gente, de la música, de la tecnología, y de cómo todos estos elementos conjugados producen un desabrido cóctel de apariencias y simulación. No queremos perdernos nada, estamos ahí prestos al tuiter, esperando ansiosos a que pase algo, como antes de un cambio de gabinete. Y cuando pasa: no pasa nada.

La violencia. Es hora de que vuelva.

Perdimos la experiencia

Sobre el autor:

Cristóbal Bley es periodista y editor de paniko.cl.

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