Argentina vs. Colombia, desde Mendoza
—¡Cuánto desinterés, por dios! ¡Pero cuánto desinterés! —se lamentaba lento y agudo la doña atendedora de una tienda electrónica, mientras por la tele (re)pasaban los no goles de Argentina. Todos a su alrededor rumiaban la rabia que generó el empate ante Colombia, y el resto de la gente en la calle se espanta al ver las pocas jugadas de gol que tuvieron ayer. No hay peor golpe que el de esa caída de veinte pisos que es la desilusión.
La ilusión no es un producto de origen chileno. Está en todos lados, incluso en Argentina. Quizá sea otra cosa en Buenos Aires, pero en Mendoza la selección argentina genera, además de identificación y entusiasmo, una ilusión que quizá en el puerto no existe. Acá, y a pesar del helado debut contra Bolivia, la albiceleste sigue —¿o seguía?— siendo una fuente de optimismo de cara al juego con Colombia, y la gente decía por la calle que hoy (ayer) ganamos, que ahora sí, que Messi por fin aparece. Pura y bonita fe, que se fue rápido a la basura una vez que el partido empezó.
En una sandwichería media familiar, todos esperaban intranquilos, comiendo sólo uñas. Y es porque saben —o se dieron cuenta— que este campeonato no estaba regalado. La Copa América, desde esta edición, dejó de ser el trámite fácil que por tantos años fue para los equipos del Atlántico. El declive de Brasil y Argentina coincidió —o, directamente, se relacionó— con la nivelación de la competencia futbolística en casi todo el resto de los países. A lo mejor, desde ahora y al fin, éste sea un torneo en serio que todos quieran ganar y que al mismo tiempo cueste hacerlo. Ningún partido está siendo fácil, ni siquiera los que enfrentan a planteles sub23, y para obtener buenos resultados hay que poner todo a la parrilla. Brasil se sobró y empató; Argentina trató mal y todavía no ganó.
Así, además de la ilusión, el partido de ayer evidenció el nervio que tienen los argentinos con su selección. La seguridad esa que era tan natural y justificada hoy desapareció, y ahora en cambio hay cautela, neura y algo de desconfianza. Colombia se defendió bien, Argentina siguió extrañando a Pastore, y estuvieron más cerca de perder que de celebrar. A Messi se le vio frustrado y muy ido, como incapaz de resolver el dilema de cómo jugar con tanta estrella junta, de cómo bajar los egos y poner al equipo por sobre todo. Los minutos pasaron, los colombianos siguieron perdiendo goles, y en la sandwichería fue silencio, golpes a las mesas y mucha lástima, pero con respeto. Ninguna puteada; resignación callada.
Al instante, lo que vino fue el shock de la frustración. Pero ya desde hoy a la mañana, vino el descuero. Los medios colgaron que Argentina no juega nada, la gente pide huevos. La señora en la tienda, mirando con ojos grandes las tapadas de Romero a los amarillos, pedía compromiso, rebeldía, genialidad. Pedía al Maradona que ya no existe, al Batistuta que todos extrañan. Pedía, más que nada, interés. Interés por los colores.