Steel Pulse: ain’t got nothing to declare

por · Junio de 2012

Steel Pulse: ain’t got nothing to declare

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Cosas de la bless. Tal vez este sencillamente sea un breve relato de la belleza de un par de horas de caminata de aproximación al teatro Caupolicán, una conversa fundamental y calor. ¿Aproximación dije? Más que eso: una patriada, recorrido a pie desde Tobalaba hasta Vicuña Mackenna, de humo, zapatos, risa y humo. Y música… cierto.

// Reseña: Sebastián Ramírez R. • Fotos: Daniel Olivares.

Y cuando entra David Hinds vestido íntegro de blanco, el vaso se derrama y queda la cagada. Gritos, baile y ganja corren cuando el frontman aparece en escena y comienza a cantar. La banda, afiatada y alegre —pese a los evidentes problemas que tuvieron para poner su sonido a punto— toca luego de una eternidad de minutos de espera, luego de que Quique Neira bajara del escenario.

Fome su presentación, la verdad. Una apreciación, por supuesto, pero fome, con sus típicos temas predecibles, tocando algunos de Gondwana pero con reversiones desinfladas. Tal vez no eran tan malas, tal vez era que sencillamente el discurso autorreferente del vocalista tirando mierda contra los que tiran mierda, agota y te saca de ese estado de exquisita lucidez depresiva.

Es extraño, el fotógrafo es uno más de mis compañeros de techo pero hace mucho tiempo que no íbamos a un concierto o nos pegábamos varias horas de conversación fumando en la calle. De esos diálogos que ya quisiera cualquier director de películas ganjeras, caminando sin apuro a escuchar buena música, sacar fotos, mirar minas, pensar. De esos diálogos que son irreproducibles si no son ficción. Perder esta oportunidad habría sido lamentable, había que aprovecharla. Y que bien aprovechada estuvo.

Entre blablás, calles chicas y algo de cansancio terminamos tomando un taxi que al final nos dejó más lejos. Después de bastantes veredas recorridas esperábamos llegar y ver, tal vez, un ambiente con más dreadlocks, más turbantes blancos y toda la parafernalia rasta, pero al contrario. Harta parka NorthFace, niñas de pelo liso y largo hasta el culo, con sus pololos y sus smartphones y su olor a chicle. Lejos de quejarnos, nos reímos y qué, a disfrutar nada más.

Entrar no era cosa fácil si andabas con mochila como nosotros. Exhaustiva revisión, hasta la última pelusa de la mochila a la vista de los de parka amarillo fosforescente. Por supuesto, ain’t got nothing to declare.

Entre tabaco, cosecha propia y una que otra sombrilla guaraní, el humo se movía dentro de la gran cúpula del Caupolicán por sobre la gente mientras Quique Neira comenzaba su presentación. No hay mucho más que decir. Terminan los últimos sonidos de la banda del ex Gondwana y la música del Dj suena fuerte por los parlantes mientras los vendedores de cerveza, papas fritas y piscola se pasean entre la marabunta bajonera.

Los de siempre hacen su aparición: minas que llaman a otras y creen que levantando la mano se encontrarán en medio de un Caupolicán no rebosante ni mucho menos, pero con gente suficiente como para perderse un rato; fotos desde el celular por parte del club de amigos que sólo se permite fumar sin culpa viendo un buen reggae; los piscoleros de las plateas que pasan el rato chupando y sus pololas que conversan entre ellas al lado. Del rastafari no hablaré, si no estuvieran nada de lo anterior tendría sentido.

La música comienza y la fiesta se desata. Desde abajo se siente la vibración del piso y desde arriba la de la gente. Qué importa la parka o el pelo del que baila. El jamming está en el aire y hay que meterlo en los pulmones, pasarlo a la sangre y botarlo con los pies. Clásicos para todos, clásicos para algunos, los ocho en escena no dejan a ninguno con cara de aburrido ni de entender poco. Tal vez con la mirada algo pegada en el infinito.

Solos de batería y de guitarra. Selwyn Brown, saliendo del teclado a cantar con el micrófono, cómodo y rapeando como en un ensayo. David Hinds derrocha carisma y voz. O sea, el hombre podría ser mi abuelo y tiene más rubias mojadas de las que nunca tendré en mi vida. Esperemos que no sea así. Lo dudo.

A esos años me encantaría encontrarme con la mitad de estado físico con el que cuentan los miembros fundadores. Donde el paso del tiempo se mide en el grosor de sus dreadlocks y en las canas de su barba. Jamás podría creerse que en esos saltos, esa alegría y muestras de devoción hacia su público, hay más de treinta años de experiencia e historia.

Steel Pulse se presenta con fuerza, un repertorio más que sólido. Desparramando manejo, desparramando energía sobre el escenario colorinche, cada una de las canciones nos dijo algo a cada uno. Tal vez era el humo. Tal vez era el sonido que salía de los bloques negros. Tal vez —tomando lo único memorable que dijo Quique Neira— era que el que no baila no tiene sangre en el cuerpo.

Steel Pulse: ain't got nothing to declare

Sobre el autor:

Sebastián Ramírez

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