50/50, duele más la gente
En el fondo, de alguna manera, a todos nos pasan las mismas cosas. Hay días en que está todo mal y llueve como nunca: dos días seguidos casi sin parar, pero igual sales para llegar completamente mojado a una cita, pero nadie aparece y leer demasiado tarde un mensaje en el celular -ni siquiera una llamada- que dice “lo siento, no alcancé a llegar, pa la otra”, sólo confirma las sospechas de que le dio lata, que se quedó acostada viendo tele mientras te mojas y decides entrar a un cine para pasar las penas, ver algo distinto, te dices que “ya, basta de superhéroes que salven al mundo”. Pero no hay nada.
Pero hoy dan una película que igual puede que salve, tiene buenas críticas y actúa alguien que te cae bien. Y de pronto, cuando todo está recién comenzando, el protagonista llega a una consulta y hay un doctor que le dice cosas que ni siquiera entiende, pero que tienen que ver con el cáncer, que existe un 50% de posibilidades de morir y el joven que solo le dolía la espalda, tiene que terminar gugleando el diagnóstico para completar la información.
En ese momento, ya olvidaste completamente que ayer esperabas inútilmente a la persona equivocada, porque hay alguien como tú en pantalla, que lo pasa pésimo, pero igual se las arregla, que su polola es la peor de todas por muy irresistible que sea y que aunque es solo una película, igual te sientes más acompañado, no tan solo.
Ver a Adam Lerner (Joseph Gordon-Levitt) en una micro mirando por la ventana, de noche, y preparándose para dar las malas noticias a su familia, a su polola, o intentando asimilar lo que implica tener cáncer, suena High and dry de Radiohead, le caen algunas lágrimas que quiere y no puede frenar, todo podría ser un cliché, pero no, no en este caso.
Nada como ver personajes que se apasionan por las cosas, que lloran, que se ríen, que hacen locuras, que patalean, que reclaman, que se enamoran hasta las patas, personajes que son como uno, que no posan ni de héroes ni de villanos o que se hacen los que no les entran balas. De todas formas siempre, tarde o temprano, llegan las malas noticias y reacciones tan humanas como destrozarlo todo, hacen que uno se sienta cercano al protagonista por su honestidad, donde no todo lo que le sucede es tragedia, nada de victimizarse, por muy grave que sea la cosa o ya no tenga vuelta.
Ver que su mamá es una hinchapelotas, pero que por lo menos trata de hacer algo, que se la juega, que muestra interés, todo lo contrario al papá de Adam, que se ve indiferente, pero porque en el fondo se caga de miedo, no se atreve, se va para adentro en el peor momento, cuando más hace falta.
O un amigo que no duda en utilizar la enfermedad de Lerner como una forma extrema de conquistar chicas, pero lo acompaña en todo momento, está ahí. Lo mismo que los compañeros de la clínica, esa solidaridad que se da cuando están en la misma y aunque sea una especie de sala de espera para la muerte, igual pueden usar marihuana no solo para calmar el dolor, sino que para reírse, para sentirse bien.
Con 50/50 uno no se siente manipulado emocionalmente por una enfermedad terminal, como en otros casos. También sirve para preguntarse qué haríamos frente a determinadas situaciones, frente a las inevitables malas noticias que tarde o temprano van a llegar igual. Y a la larga no somos muy distintos: como Adam, todos lloramos, reclamamos, no entendemos nada, pero al final o entre medio también nos reímos. Y mientras menos gente nos vea pasarlo mal, mucho mejor, porque la mayoría de las veces, como en la película, duele más la reacción de la gente que la enfermedad. O por lo menos es un 50 y 50, un poco más, un poco menos.