El “Cupulazo”
El “lunar con pelos” de la edición debut del Lollapalooza. En esta serie de artículos -que puedes seguir acá– te llevamos las escenas que nos marcaron del último Lollapalooza 2011. El primero en Chile, que este fin de semana va por más historia.
El “Cupulazo”
El “lunar con pelos” de la edición debut del Lollapalooza chileno.
// Por Cristóbal Bley • Foto: Álvaro Farías.
Los Fother Muckers no alcanzaban a terminar y ya estaba jodido: la Cúpula, un escenario mirado en menos, estaba totalmente colapsado. No sólo por los 40ºC que se sentían dentro ni por los problemas de sonido, sino porque había el doble de gente de la que cabía en el lugar.
Cuando los hoy Ases Falsos empezaron a tocar “Explorador” —qué nostalgia— me fui rápido a la saunística carpa de prensa a escribir unos párrafos apurados, comer un pan con queso que hizo la abuela de mi polola, y volver de nuevo corriendo para ver a Devendra Banhart. Eran las 3PM, el sol arriba y los pacos a caballo, empezando la gran polémica del Lolla 2011.
La Cúpula, hoy el Huntcha Stage, fue el escenario hipster el año pasado. Abrían el día las bandas chilenas (Astro, Dënver, Cómo Asesinar a Felipes, The Ganjas) y continuaban por la tarde bandas gringas bacanes pero masivamente desconocidas. El primer día estuvo tranquilo: el hit fue Datarock, pero el que quiso entrar pudo y los noruegos terminaron en calzoncillos.
El domingo, en cambio, se venía forte: después de los Fother Muckers seguían Devendra y Cat Power, que de las indies eran las bandas más populares. Salir de la Cúpula, entonces, mientras Briceño cantaba que se iba a recorrer el mundo, estaba peludo: mucha gente entrando, nadie saliendo y un montón de otros afuera, haciendo una fila tan inútil como civilizada para mirar a Banhart. Fui, corrí, volví, y la cosa se había puesto hardcore: la que era una fila de bien peinados, se hizo un montón de gritos y algunos llantos, rejas cerradas que antes estaban abiertas y un buen contingente de pacos a caballo, levantando polvo.
Lo que hasta ahí había sido un festival tan verde y tranqui y respetuoso, se puso de repente áspero y sensible, con justos chillidos y varios desmayos. Porque siempre veíamos de afuera que los festivales anglo eran el paraíso del libertinaje, todos los rubios drogados, las minas sin polera y la música que no paraba, pero ahora que por primera vez teníamos uno en Chile —y nada menos que la franquicia oficial— nos encontrábamos con pacos tirándoles los caballos a la gente, la gente alegando que devuelvan la plata y con un escenario colapsado y muchos sin ver lo que querían.
Por supuesto, no fue la tónica del primer Lolla; sí un lunar grande con un pelo cerca del mentón, que les alteró el ánimo a muchos y, a los que entraron y vieron el show, los dejó con esa sensación épica que se agradece en todo gran concierto. Porque adentro era una caldera: el humo de los pitos más el olor de las alas más el perfume de las niñas más la humedad de los sudores armaron el caldo perfecto para una presentación que se atrasó, que no sonó tan bien, que duró menos de lo que debió, pero que los dejó a todos sabiendo que lo lograron: sobrevivieron al “Cupulazo“.