En busca del tiempo perdido

por · Mayo de 2012

Sobre el concierto de Ases Falsos en el Plaza Vespucio y, también, sobre el inminente disco de la banda.

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Sobre el inminente disco debut de los Ases Falsos y la película Bonsái —de Cristián Jiménez—, donde actúa el cantante Cristóbal Briceño.

Por supuesto, le faltan drogas, fracasos, Enrique Symms, LSD, los suicidios y la automutilación de rigor y los estadios llenos de fanáticos que creen explicar la vida propia a través de sus canciones —Álvaro Bisama, Pequeñas grandes estrellas.

Las chicas deben tener 22 años, o quizás 16, el trasero muy marcado y la chasquilla muy elaborada. «Hueona y si cierran el metro, ¿cachai qué nos sirve?». Veo gente desaparecer, colocolinos pendientes de sus audífonos y amontonados en el andén, los bungalow del barrio alto reducidos a este oasis de incipientes asalariados en el suroriente de Santiago. Bellavista de La Florida dice en las murallas y, afuera, los vicios pequeño-burgueses, el mall, las parejas que se intercambian bolsillos traseros, las familias y una fila en la entrada de la Sala SCD de Vespucio, «incrustada como un lunar cancerígeno en el formidable Mall Plaza Vespucio», como dice la invitación de la banda.

Acá la mayoría no pasa de los veintiún años y tienen esa cara un poco pegada de los estudiantes que se sienten más cómodos con los libros y los computadores que con las personas. «Briceño me dijo que el nuevo disco trae veinte canciones», miente uno, «ojalá toquen “2022” o “Fuerza y fortuna”», se equivoca otro, en la misma fila.

Al final ella muere y él se queda solo, aunque en realidad se había quedado solo varios años antes de la muerte de ella, de Emilia. Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia y que él se llama, se llamaba y se sigue llamando Julio. Julio y Emilia. Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura.

Así parte la novela de Alejandro Zambra, Bonsái (2006, Anagrama), y también la voz en off de la película de Cristián Jiménez, que comparte la misma historia y el nombre.

Interior, día, sala de clases. Un profesor de esos que logran ver profundidad metalingüística donde la mayoría ve solo aburrimiento pregunta si alguien leyó a Proust. A Marcel Proust. Casi al centro de la imagen está el personaje secundario de Cristóbal Briceño —voz, compositor, chistes y segunda guitarra de Ases Falsos— y esa misma estética estudiantil, muy provinciana y de universidad estatal, que encarna en su papel: la barba de varios días, el chaleco con olor a leña quemada, lo enjuto, el descuido, una sonrisa natural; ese mismo personaje se multiplica en la fila de entrada para el concierto de Ases Falsos, un poco en versión capitalina: los chalecos por chaquetas, las barbas por algún accesorio facial.

Cinco, diez, veinte asientos vacíos dan cuenta del fiel arrastre que desde hace unos años mantiene esta banda. Son la generación de porlaputa, de esos pendejos que aprendieron a reírse de sí mismos y que evidencian mucho sentido común. Los Ases Falsos lo huelen y juegan con todo eso en su invitación al evento en Facebook: «se especula un concierto que bordearía las dos horas de duración, con números nuevos y caramelos añejos que harán las delicias de un público tan cascarero como exigente, sexualmente frustrado y anhelante de imaginaciones».

El lleno relativo de la sala y los $4 mil de la entrada pueden ser, en una lectura forzada, un éxito. «¿Está muy caro cuatro lucas?» preguntó mucho más adelante el vocalista y el «sí» se oyó rotundo, pero no como una queja. «¿Y ustedes creen que como alpiste?» bromeó medio en serio Briceño: «igual se mojan y pagan 30 lucas cuando vienen grupos de afuera y ahora se cagan».

«Esa hueá es verdad» apoyó el guitarrista invitado, Leonardo Saavedra, que muy pocas veces quitó la vista de su Cort amarilla.

Que son chilenos, que se formaron a finales de 2004 en una convención Beatles-Chile y que se llamaban Fother Muckers hasta el año pasado. Que estuvieron en el primer Lollapalooza chileno y que el mismísimo Jorge González los invitó abrir su concierto de repaso del disco La voz de los 80 (1984) en el Caupolicán. Que sacaron de sus filas al guitarrista Héctor Muñoz este 2012 por «diferencias musicales» y que tienen cuatro álbumes de largaduración aparecidos con un año de diferencia entre 2007 y 2010, producidos, entre otros, por Álex Anwandter y Ángelo Pierattini.

Todas esas cosas se saben de Ases Falsos. Estas otras se saben un poco menos: que uno de los links con el cantante y compositor de Primavera de Praga que hoy los apoya como guitarrista principal, fue una fecha organizada por el Sello Cazador en Talca, en agosto de 2010, donde el guitarrista invitado iba en la van rentada por el sello independiente acompañando a La Reina Morsa y los —en ese entonces— Fother Muckers eran anunciados como el plato fuerte de la misma jornada. Que tienen influencias tan disímiles como Pavement o Charly García. Que Briceño encuentra perfecta la primera Rocky (1976) de Stallone, que entró gratis a ver a los Pixies con un pasadizo que se encontró en el Parque O’Higgins y que finalmente este año la banda editará su primer disco como Ases Falsos, con «más de quince canciones» y bajo el título de Juventud americana.

21:15 clavadas. “Pacífico”, “Europa”, “Nadie quiere a un encuestador”. De un tiempo a esta parte las letras de esta banda han madurado lo suficiente como para saltarse la etiqueta de meros buenos observadores. «Europa está en crisis/ y a mí qué me importa/ Berlusconi renunció, son cosas que pasan cuando hay un empresario de presidente», cantan en el segundo tema de la noche, uno de los doce que mostraron de su próximo disco, donde, al parecer, entran de lleno a la denuncia de un país que comenzó como una tierra de piratas y aves de rapiña, que parece volver por ciclos a la esencia de su historia y que desde los 70 funciona como un rincón naturalmente aislado para el experimento neoliberal del Nobel de economía Milton Friedman.

“Gente tan diferente”, “De vuelta en estas viñas”, “El hijo”. El Epiphone rojo se mezcla con el pelo enrojecido por los focos del bajista Simón Sánchez, que también lleva esa mirada de concentración parsimoniosa del baterista Martín del Real y que, en cierta medida, comparte el excelente Leonardo Saavedra, que hace sonar a esta banda todavía mejor que cuando incluían a dos músicos extra para la promoción del Si no tienes nada que decir entonces calla (2009).

“Nunca se apaga”, “Lobo mayor”, “Salto alto”. De a poco, también, se han calmado los movimientos sobre el escenario de su vocalista: Briceño ya no parece cantar como si estuviera quemándose por dentro, como si fuera a cantar nunca más. Esa emoción incontenible de sus movimientos estroboscópicos y sus viajes al suelo del escenario ya no están.

Acá una cumbre: “La sinceridad del cosmos”, “No quiero que estés conmigo”, “Séptimo cielo”. Antes de que el cantante explique que hay gente con la que siempre hay que estar a cincuenta metros de distancia (y dedicar “No quiero que estés conmigo” con la rabia de Chancho en Piedra en los tiempos de “No quiero verte”), el momento de una de esas letras que siguen la tradición de “Patio de comidas” (aparecida el 2010 en El paisaje salvaje): «los animales no se equivocan/ los animales nunca se equivocarán/ son portadores de la sinceridad del cosmos/ mira como se portan los perros callejeros/ cuando se enfrentan estudiantes y carabineros» o más adelante: «tanto el pastor alemán como los caballos/ tienen el instinto atrofiado como los soldados/ ladra ládrale a la autoridad/ ladra ládrale a la institución/ ladra ládrale al conducto regular» gritan a coro en “La sinceridad del cosmos”, una de las mejores canciones que han mostrado del inminente Juventud americana.

El dolor se talla y se detalla, pero acá hay algo más ingenioso que esa queja nauseabunda. “Explorador”, “El golfo de Adén” y “Fuerza especial” (junto a Pablo Gálvez de La Medicina), siguen otro camino.

De alguna forma, el sonido de Ases Falsos se diferencia de Fother Muckers por su limpieza, porque sus canciones se te pegan a la primera pasada, quizá por sus letras mundanas de curiosidad en español castizo, de la vorágine que se produce en esos segundos incómodos entre cada tema en vivo, donde Briceño se muestra como un intérprete y a la vez como un cronista del momento, con una buena cuota de humor negro y donde no se salvan ni sus seguidores («¿están molestando al Michel? Que son enfermitos mentales») ni sus abuelos («mírenlos, por ahí deben estar con sus pintas de parroquia»).

“Ola de terror”, “Rinoceronte” (de Primavera de Praga), “Misterios del Perú”. Como en la escena de la película donde la pareja de Julio y Emilia lee uno de los tomos de “En busca del tiempo perdido” de Proust, en una cama, en la intimidad, así de memorable y difuminado es un concierto de Ases Falsos en mayo de 2012: parecen decididos por una reingeniería de la banda, a apostar a ganador, a propósito del título de la novela de Proust.

Atención a las nuevas letras, al sonido renovado de la banda y del disco: «lo trabajamos con Alejandro Soto que era el sonidista de Los Prisioneros (…) y suena como medio ochentero, sonamos como Virus», adelantó el cantante, que también anunció que cambia su amplificador Washburn Southside «por uno de primera división».

Pequeños grandes pasos de un bonsái que ya aguantó el trasplante de integrantes, la poda del nombre y que sigue alambrando sus ramas en la dirección de ese enreverado camino de hacer música desde Chile, con una industria que todavía funciona como una feria de artesanías.

Como en la película (y en la breve novela), al final Fother Muckers muere y Ases Falsos no muere. El resto es música popular.

En busca del tiempo perdido

Sobre el autor:

Alejandro Jofré (@rebobinars) es periodista y editor de paniko.cl.

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