Warrior: lo que pasó, pasó

por · Marzo de 2012

Warrior: Lo que pasó, pasó

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Warrior (2011) es algo así como el mito de Caín & Abel mezclado con The Wrestler, mezclado con la UFC. Y funciona. Aquí la pantalla salpica testosterona. Aquí la pantalla suda melancolía. Aquí presenciamos —muy de cerca, más bien: desde dentro— la postal de una familia en coma. Con un guión que mientras avanza te hace tomar bando dentro de las historias que presenta.

A todas luces, una película sincera —jamás tramposa como lo fue The Fighter, con quien comparte género— que pone las cartas boca arriba con ritmo apasionante. Y con una pareja de protagonistas que bajo una masa de músculos guardan un corazón magullado que, disfrazado de granada, amenaza con desintegrarse en cualquier momento.

Paddy (Nick Nolte) es un ex alcohólico que en el pasado hizo pedazos a su familia. Sus hijos se alejaron de él y, a la vez, se alejaron entre ellos. Cuando comienza a masticar el ocaso, el destino le presenta una oportunidad para remediar parte de su pasado: entrenar al mayor de sus retoños, Tommy (Tom Hardy), con quien no se comunica hace años, para el torneo de artes marciales mixtas más descomunal de todos los tiempos: Sparta. Esto debido a que Tommy, ex Marine, necesita el premio —5 millones de dólares— ya que prometió hacerse cargo de la familia de la viuda de un amigo de infantería.

Y palabra de amigo, es palabra de amigo.

Paralelamente, Brendan (Joel Edgerton), su hijo menor, que tiene un pasado como artista marcial, y con quién mantiene contacto sólo a distancia (teléfono y correo), está pasando por una etapa de vacas flacas: su sueldo como profesor de física en una escuela de Pittsburgh no abastece las necesidades de sus dos pequeñas hijas y su hermosa esposa (Jennifer Morrison). De hecho, su casa está a punto de ser embargada. Por lo que decide buscarse un trabajo extra en una suerte de submundo de peleas amateurs para aficionados a la UFC. Una cosa lleva a la otra y, Brendan, termina inscribiéndose en el mismo torneo que su hermano.

Pero sálvese quien pueda no es la solución.

Aquí dos hermanos, más que obtener un premio, están sobre la lona para dejar un demonio en el pasado. Para seguir adelante con sus vidas. Para dejar ir. Nunca es demasiado tarde para empezar de nuevo. Y eso Gavin O’Connor, escritor y director de Warrior, es lo que nos va soplando al oído. Porque si bien aquí dos hermanos, extremadamente distintos entre sí, extremadamente parecidos entre sí, con motivos diferentes, con motivos parecidos, con cicatrices abiertas, con cicatrices por abrirse, aquí, también, dos hermanos como si se tratase de explicar un mito.

Dos hermanos como si se tratase de hacer entender, desde un foco arquetípico, lo que significa su amor y odio. Y por lo mismo: lo que pasó, pasó. Suena torpe. Suena a charlatanería, quizá. Incluso, a cliché. Pero es simple: en Warrior no hay otra que contar -por muy atractivo que sea el envoltorio- una de las historias de las historias: El Caín & Abel.

Porque, en síntesis, si no podemos vivir juntos, moriremos solos.

Warrior: lo que pasó, pasó

Sobre el autor:

Ignacio Molina (@Molinaski)

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